Mi padrino ya tenía un
diagnóstico fatalista.
—Dos
días, máximo —me dijo el geriatra.
Estaba
sentado en esas bancas mullidas que tienen en los hospitales caros. Se sentía
el ambiente tranquilo de las clínicas cuando no hay urgencias. Sin embargo, a
mí me pesaba el cuerpo y tenía un dolor latente de cabeza cuando la vi
aparecer. Era la Muerte. Venía en su aspecto simplón de estrella de Hollywood
con traje negro. Como una parodia desabrida de Brad Pitt. Ya la había visto
antes y a veces pasaba a charlar conmigo.
—No
estoy de humor, Morti. No me jodas —le espeté.
—Solo a
ti te dejo que me llames así, Luis. Ni que fuera un personaje de una película
de Adam Sandler.
Se sentó
junto a mí y sacó un cigarro de chocolate. Me ofreció uno mientras sonreía.
—Ya es
su hora, ¿verdad?
—¿Habrá
alguna diferencia si te lo digo? —Hizo como si fumara su cigarro de mentira.
—No. No
la habrá. A estas alturas... ¿Por qué a él, Morti? Es buena gente.
—Yo no
elijo a la persona, Luis. Solo me los llevo cuando la vida se apaga.
—Eres
cruel. Hay muchos culeros en el mundo, carajo. ¿Por qué no te los llevas a
ellos en lugar de a las buenas personas?
—¿Se los
merecen? Dime. ¡Contéstame honestamente! ¿Se creen dignos de tener buena gente?
Ustedes provocan muerte. Hacen guerras muy pendejas. A ver, ¿por qué los
dirigentes no se agarran a chingadazos entre ellos, eh? Mandan soldados sin
voluntad propia a morir por su avaricia. Culpan y “devoran” a las víctimas en
lugar de los victimarios. Provocan el mal solo por placer. No, Luis, la muerte
no es cruel, la vida sí. ¡Ustedes la hacen así!
Quería responderle
algo, pero me dejó callado. Tenía razón después de todo. Vi cómo algunas
enfermeras llevaban ropa de cama limpia y medicinas al cuarto de mi padrino.
Miré con tristeza que una de ellas negaba con la cabeza antes de entrar. Me
puse de pie, pues no podía con mi alma.
»A él sí
me duele llevármelo, Luis —dijo mientras me miraba con tristeza—. Si yo fuera
el juez, lo hubiera dejado vivir con su esposa otros diez años más, tal vez
quince. Pero la existencia no es así y lo sabes. “Ejemplar” es poco para
describir a tu pariente.
Me
tragué un sollozo y los ojos se me inundaron en lágrimas. Le iba a pedir un
chocolate cuando volteó hacia la habitación de mi padrino.
»Ya es
momento. ¿Quieres estar con él antes de que su corazón falle? —preguntó con
amabilidad.
Asentí
como única respuesta y lo vi cambiarse ante mis ojos. Tenía el mismo aspecto
que el geriatra que lo atendía. Entramos a la habitación y mi tío nos miró con
pereza y luego fijó sus ojos en él. No mencionó nada sobre la Parca y me dijo
con su voz pastosa que rezáramos juntos. Cuando terminamos se dirigió a mí.
—Gracias,
mijo, te quiero mucho.
Volteó a
ver a su falso doctor y una sonrisa se dibujó en su rostro cansado.
»Ya es
hora, ya me puedo ir.
Morti
simplemente le acarició el hombro y mi padrino cerró los ojos para siempre. Lo
recostó con cuidado y me volteó a ver al tiempo que una lágrima surcaba su
rostro.
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