Toda
mi vida me dediqué al negocio familiar, la fumigación. Había aceptado este
encargo en particular porque era una casona vieja de gente ricachona y era
mucho efectivo para mis bolsillos. Según me dijeron habían limpiado la casa,
pero puras mentiras, ¡estaba hecha un asco!
Tan solo en el piso de abajo, vi varios
ciempiés que caminaban como si nada por la salita. Sabía que eran peligrosos y
me daban repelús. Continué por el comedor y noté varias arañas en las esquinas,
pero de esas tamaño caguama. No tenía miedo a esos animalejos, pero no me les
acerqué, porque el antídoto de las picaduras era tardado. Continué por la
cocina y había una nube de moscas que derribé con el aspersor. La lluvia más
asquerosa que vi en mi vida. Me estaban por dar ñañaras de ver tanto insecto.
Terminé de fulminar a esas cosas en el
piso de abajo, me ajusté todo el equipo, incluídos el tanque y la careta y me
moví al piso de arriba. Ahí empecé por el cuarto de los peques y detrás de sus
posters de bandas que ni conozco y de sus ropas de alto pedorraje, había
varias polillas. Que de por sí, las mariposas me asquean, pues son gusanos con
alas, las polillas más, pues son gusanos con alas y pelos.
Pasé al cuarto de los mayores y ahí
escuché un ruido que me heló la sangre. Era como si unas patitas corrieran por
el piso de madera. Me hice güey como que no lo escuché y pasé al armario para
limpiarlo. Ahí las puertas se cerraron y un foquito se encendió de la nada con
una luz muy pinche. Enfrente de mí apareció una criatura blanquizca que parecía
un humano sin mandíbula, pero unos colmillos largos largos, los ojos todos
negros y saltones. Su cabello era largo, oscuro y grasiento y se escurría como
petróleo de su cabeza deforme. Me señaló con un dedo sin despegarme su mirada
vacía.
—¡¡Tú!! —me gritó y me lanzó una
sustancia verdosa de su boca partida en toda la careta...
Si quieres saber cómo acaba este cuento, no te pierdas la antología junto a Janim Escobar que saldrá a finales de este año 2024.
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