Era mediados de diciembre y ya se respiraba el aire navideño por todos lados. Eran las 7 de la noche y nuestro héroe de chocolate, Yvan, se encontraba en uno de estos comercios navideños tan comunes en México cuando su amigo Betrón lo interceptó en un jet miniatura mientras flotaba a su lado.
—¿Qué haces mi chocolatoso?
—Busco un nacimiento bueno,
bonito y barato.
—¿A mediados de diciembre, a
estas horas, con tanta gente?
—Sip.
—Por qué? creí que tenían un
nacimiento
—Teníamos, cosa del pasado. Mi
primito el más pequeño intentó poner el nacimiento, pero cuando abrió la caja,
salieron dos pastorcillos decapitados.
—Lloró, ¿verdad?
—Sí.
—Fue gracioso, ¿verdad?
—Sí, bastante, pero traté de no
reírme. En fin, ya estamos aquí, ¿qué debería buscar? Nunca he comprado uno.
—¿Traes carro? —preguntó Betrón.
—La verdad, es que no.
—Pequeño, con pesebre incluido,
de resina y bastante bonito. Como ese del puesto de ahí —señaló un puesto en la
esquina.
Yvan llegó presuroso al lugar y
habló directo con el vendedor.
—Buenas noches. Disculpe, ¿tiene
un pesebre pequeño y de resina?
—Hijole, mijo. De resina están
muy chafa, ¿no quiere mejor de barro? —preguntó al señalar un nacimiento justo
enfrente de nuestro chocolatoso.
Yvan recordó que el nacimiento
que se rompió era precisamente de barro. Además, aquel era muy bonito, este que
tenía enfrente, en cambio, estaba tan feo que dañaba la vista solo con verlo.
Ojos desiguales, sonrisas chuecas, ropa mal pintada y unos animales que
parecían réplicas de las galletas de animalitos que parecen todo, menos
animalitos. Nuestro protagonista trató de guardarse sus comentarios y el asco,
pero llegó Betrón y abrió la boca muy pronto.
—¡Pero qué cosa más horrenda! —exclamó—.
¿Les cobran por belleza o qué onda? No, gracias.
El vendedor lo miró ofendido y le
dijo despectivo:
—Por esas tonterías no les
venderé nada.
—Pues dobles gracias —replicó
Betrón mientras se alejaba— ¡Vamos, Choco! Ahí hay otro.
Se acercaron a un segundo puesto
con un tipo que vestía un abrigo negro muy formal.
—¡Buenas noches! —empezó
presuroso el hámster—. Buscamos un nacimiento, pequeño de resina, con pesebre y
BONITO —remarcó estas últimas palabras.
—Claro que sí, paps —contestó—.
El que gustes. De calidad, por supuesto.
Yvan llegó a un lado de su amigo
y notó esa forma de hablar.
—¿Tiene una papa en la boca? —entornó
los ojos.
—Ja, ja. ¡Qué gracioso, we! Como
decía, tengo lo que busca por aquí —y sacó un pesebre prearmado y diminuto—.
José, María, el niño, los animalitos, un pastor y uno de los reyes magos —enumeró.
Yvan quedó encantado con lo
bonito que era, estaba a punto de sacar la cartera cuando Betrón preguntó de
forma acertada.
—¿De a cómo estamos hablando? —e
hizo como si se frotara los pulgares con dos de sus dedos (Betrón tiene
pulgares, en caso de que nunca lo hayan notado).
—Pues como ya es el último, se
los dejo barato, de compas. Solo seis.
—¿Seiscientos? —preguntó Yvan.
—Seis mil, mi chavo.
—¿Seguro que no le pierdes? —preguntó
Betrón.
—Un poco, pues. Pero es favor
para ustedes, de verdad.
Yvan guardó su cartera y se
retiró sin decir nada. Betrón lo miró con lástima y acompañó a su amigo en su
retirada.
—¿Cómo ves a este tipo abusivo? —preguntó
Betrón—. Tremendo rugido de tripa que se carga. Si no quería vender podría… ¡AH!
—gritó el hámster al pasar por un puesto de luces navideñas—. ¡Mis ojos! ¡Mis
roedores ojos! ¿No le puede bajar a la luz, carajo?
El tipo los miró apenado y apagó algunas
de las luces mientras pasaban.
—Mira, ahí hay un puesto
prometedor —señaló Yvan.
—¿Me llevas? Aún no veo nada —y
fue cargado por su amigo.
—Buenas noches. Busco un nacimiento
pequeño, de resina, pesebre incluido y bonito —dijo a la carrera—. ¿Tiene
alguno?
—De resina solo me queda este de
acá —contestó una señora con cabello entrecano y un chongo. Llevaba una blusa
holgada y una falda hasta el piso—. Está bastante bonito, muy chulo.
Yvan vio que los pastores, los
animales, los tres reyes con sus monturas y María y José estaban preciosos;
solo había un detalle que le molestaba un poco.
—Disculpe, ¿no tiene el niño Jesús
de ese nacimiento? —dijo y señaló a la figura que estaba entre María y José que
les doblaba el tamaño y que llevaba puesta una camiseta de un equipo de futbol.
—Ese es —contestó la señora muy
segura.
—No, no. A ver, el bebé de este
nacimiento debe ser chiquito. ¿Lo tiene o lo vende aparte? No importa, lo pago
ahorita mismo.
—Muchachito, ESE —remarcó enojada—
es el niñito del nacimiento.
—¿Cómo esa efigie tan grande va a
ser el bebé? ¡No cabe ni en el pesebre! —refutó molesto—. ¡Es más grande que mi
amigo! —y se señaló el hombro.
La señora volteó a ver al hámster
que apenas se había dado cuenta que estaba ahí.
—¡Una rata! —gritó y se desmayó.
Las personas se apiñaron en el
lugar a auxiliarla y no para hacer rapiña, porque este es un cuento de fantasía
(más o menos) y la sentaron en una silla a que se recuperara.
—¡Qué mal gusto de esa señora que
me llamó rata! —se quejó el roedor—. Y más de mal gusto que le haya puesto al
niño una playera del Club América.
—Ni siquiera lo voy a mencionar —se
quejó Yvan.
Caminaron otro lapso por los
pasillos y ya muy pocos puestos tenían nacimientos. Se detuvieron a ver un
puesto de fritangas y se compraron unas papas y unas banderillas.
»No me la puedo creer que vaya a
llegar a casa y sin un nacimiento —se quejó el muñeco.
—Podríamos volver con el señor
que los vendía muy caros —sugirió su amigo—. Yo te los regalo, si quieres.
—¡Claro que no! Se veía más
desesperado que productor de cine en huelga de escritores. Ni de broma vuelvo
ahí.
Betrón meditó esas palabras y
estaba por morder a sus papas cuando vio un puestecito en miniatura. En él
había unas pocas esferas y varios nacimientos diminutos. Le dio unos codazos a
Yvan para llamar su atención.
—¡Mira, parece que encontramos lo
que buscamos!
Yvan se devoró su banderilla y
Betrón puso sus papas en el trineo mientras volaba al puesto.
—¡Nacimiento pequeño, pesebre
incluido, resina y bonito! —dijo a la desesperada Betrón— ¿Tiene?
El tipo se asustó un poco, pero
recobró la compostura enseguida.
—Buenas noches. Sí, sí tengo —y
señaló uno bastante bonito con apenas lo básico, dos pastores, un rey mago,
pero bastante detallado.
Yvan lo miró y se maravilló solo
de verlo.
—Buenas noches. ¿Cuánto por él? —preguntó
y trató de sonar indiferente.
—Como ya es el último, se lo dejo
en tres, ¿cómo ve? Ya con este me persigno y me voy.
—¿Tres mil? —se escandalizó Yvan.
—Trescientos. Ni que fuera un
avaro de mierda que revende y abusa.
—¡Me lo llevo! —dijo al Yvan al
tiempo que dejaba el dinero con una palmada sobre el puestecito—. ¡Empáquelo,
tiene una venta!
Yvan y Betrón ya se retiraban de
los puestos navideños con un nacimiento bonito y una sonrisa en sus rostros.
Esta vez el muñeco se encargaría de guardar el pesebre y las figuras con
cuidado para causar traumas a sus sobrinos. Además, recordaría de no hacer
compras de última hora para toparse con figuras de última oportunidad.
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