Karina, la
otra madre de Vanessa, estaba por preparar la merienda cuando escuchó a su hija
abrir la puerta. Ella y el papá de Vanessa vivían en ese momento en una casa de
dos pisos en Whitehorse, cerca de Alaska. El pisar de esas botas y la cadencia
de sus pasos eran inconfundibles.
—Hola, mamá —dijo apenas entró a
la cocina y se sentó a la barra. Ya se había descalzado—. ¿Tendrás algún té o
algo?
Por las marcas en su rostro, lo
desaliñado de su cabello y varias manchas de sangre se dio cuenta que su hija
acababa de librar una batalla. Ella sabía por experiencia que la sangre no
pertenecía a su hija, pues nunca salía tan mal herida. Al menos esperaba que
esta vez fuera por algo en pro de la Navidad y no por una pelea en la
Universidad.
—Hola, hija. ¿Todo bien? —preguntó
como si nada.
—Sí, mamá. Solo estoy cansada —dijo
con desgana—. Fue una pelea dura. Ya sabes, cosas de los Claus.
Karina le acercó una taza con
chocolate y unas galletas de avena. Ella se sirvió también. Se sintió aliviada
que no fue por una pelea en la escuela. La última vez, detuvo a dos bravucones
de que amedrentarán a la mascota del colegio.
Karina se preocupaba por Vanessa.
Muchas de las cosas que hacía, las hacía con poca ayuda. Juntaba cosas para las
beneficencias, ayudaba en los voluntariados, hacía todo tipo de actividades
extracurriculares en la escuela y, sobre todo, ayudaba a los Claus. Se sentía
impotente de ver que no podía apoyarla en esas misiones que siempre ejecutaba,
sobre todo en época navideña. También le inquietaba que su hija ya tenía
veintiún años y no había tenido pareja alguna.
Vio como nuestra heroína
revolvía con desgana su chocolate caliente y mordisqueaba apenas sus galletas.
—¿Quieres que te prepare un baño
caliente?
—No hace falta.
—¿Quieres cambiarte de ropa? —preguntó
cortésmente.
—Tampoco hace falta —y enseguida
se quitó su chaqueta, falda, medias y las tiró al piso. Agitó una esfera
navideña y un nuevo conjunto la vistió por completo.
Había algo, además del peligro
que siempre enfrentaba, que consternaba a Karina.
—Hija, me preocupa que no salgas
con nadie. Es decir, nunca te he conocido un novio —dijo mientras bebía de su
chocolate.
—Es que… mamá, yo no estoy
interesada en chicos.
—Ni una novia —dijo su madre mientras
hundía un malvavisco en su bebida.
—Tampoco estoy interesada en
chicas. Es solo que… —trataba de encontrar una explicación mientras se frotaba
la cabeza.
Su madre, con esas simples frases,
entendió lo que necesitaba saber.
—Supongo que tienes que conectar
espiritualmente con alguien para que te sientas atraída, ¿o me equivoco?
—Así es, mamá. Y no he
encontrado a nadie así.
—Salvo por ese chico en primer
semestre… —dejó el comentario en suspenso.
—Pues, lo era todo, mamá.
Carismático, centrado, responsable, gracioso. Pero nunca me atreví a invitarlo
siquiera a salir. Soy muy torpe. Y la gente piensa que soy una boba e inocente
hasta que me encaran. ¿Qué estará
haciendo el buen Ferdinand en México? —preguntó como para sí.
Su mamá sonrió. Después de todo,
su hija sí tuvo a alguien que le interesó.
—Hija, sé que no te puedo detener
de tus aventuras y tus peleas, pero al menos quisiera que te preocuparas más
por ti, el deber es importante, pero cuidarte e invertir en ti también lo es.
¿Entendiste?
Vanessa suspiró, se tomó su
chocolate al hilo y se fue a lavar la cara. Tenía un mejor aspecto después de
acabarse su bebida. En su brazalete volvió a emitir un zumbido y una luz azul
se encendió.
—Sí entendí, mamá —dijo por fin
y le sonrió.
—Prométeme que intentarás
conocer a alguien. O al menos, relacionarte más con tus amigos.
—Lo prometo.
—Con tus amigos mortales, pequeña.
Vanessa se estiró y observó sus
botas. Agitó otra esfera navideña y un nuevo par apareció delante de ella. Se
arregló lo más que pudo.
»Cuídate mucho, hija —dijo su madre,
pues sabía que su hija iba a otra misión.
—Mamá, muchas gracias, en serio.
Prometo que intentaré relacionarme más con la gente. ¿Quién sabe? A lo mejor y
encuentro a alguien como Ferdinand.
Tomó una galleta del galletero y
salió corriendo de su casa.
—¡Prometo volver en Navidad! —gritó
antes de cerrar la puerta.
Karina se daba cuenta de los
sentimientos de su hija, solo esperaba que ella se diera cuenta también. Fue
por la taza de su pequeña mientras elevaba una plegaria al cielo para que todo
saliera bien con ella. Muchas veces, eso es lo único que pueden hacer los
papás.
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