Una serie de sucesos habían empezado a ocurrir diez días atrás: Un montón de niños hipnotizados desechaban sus dulces o aparatos electróni...

El extraño Jack


Una serie de sucesos habían empezado a ocurrir diez días atrás: Un montón de niños hipnotizados desechaban sus dulces o aparatos electrónicos por toda la ciudad. Lo hacían como si fuera un ritual, pues algunos se accidentaban. Nadie se daba cuenta, solo el ojo experto de Santa y Vanessa. Por eso ella había ido a investigar a una bodega abandonada. Los culpables, una especie de elfos albinos con ropajes negros como el de ella.

                —¿No se cansan de recibir golpes? —fanfarroneó Vanessa al fulminar a otros dos con sus tonfas.

                A diferencia de la hija de Santa, los elfos llevaban un simplón y barato atuendo tradicional. Medias a rayas, camisa de manga larga y sombrero navideño con borla al final. El gorro de Vanessa parecía hecho por un diseñador y de buena tela. El de ellos parecía de esos que regalan en las empresas piteras en la fiesta de Navidad. Sin estilo, sin gracia.

                Vanessa saltó con un giro para derribar al último de los elfos falsos con una barrida. Se reincorporó e hizo descender una patada para fulminarlo. Había acabado con casi una treintena de enemigos y se guardó las tonfas en un saquito navideño miniatura. Se sacudió las palmas satisfecha cuando sintió un retumbar a sus espaldas. Alzó la vista para ver a uno de esos elfos, pero de tres metros de alto. Ahora que lo veía bien, se parecía en facciones al padre de Soren, Kiram, a quien había vencido hacía casi siete años.

                La chica sacó de su bolsillo su pistola para envolver regalos y se preparó para atacar cuando un objeto se enredó en el cuello del monstruo. Algo tiró del objeto para derrumbar a la criatura y Vanessa pudo observar bien qué era: Un liu xing chui o martillo meteoro. Era un arma china que se forma con uno o dos pesos unidos por una cadena. Vio cómo la criatura era arrastrada hasta las sombras y cuando se adaptó a la oscuridad la vio temblando en posición fetal mientras se cubría los ojos. Una carcajada espectral se escuchó por toda la bodega y provocó a la bestia que se levantó de golpe. Unas sombras la cubrieron finalmente y la engulleron para hacerla desaparecer.

                —Eso es por meterte con los niños —dijo una voz grave desde alguna parte de la bodega.

                Vanessa se acercó a donde le pareció que se escuchó la voz y pudo apreciar a un anciano que guardaba el martillo meteoro en una chaqueta morada, en su lugar sacaba una especie de lámpara con un brillo del color de las calabazas. El extraño sujeto era un anciano con mucho porte que vestía un conjunto todo morado y naranja. Tenía un calzado lustroso y todo él derrochaba porte. En cuanto vio a la hija de Santa, salió por la puerta trasera de la bodega sin decir nada. La chica fue a seguirlo.

                Cuando lo alcanzó, lo miraba con fascinación.

                —¿Usted quién es? —preguntó con genuina curiosidad.

                —Soy Jack. ¡Qué modales los tuyos que preguntas sin presentarte!

                —Disculpe usted. Soy Vanessa, la hija de Santa Claus. Mucho gusto —e hizo una pequeña reverencia mientras andaba.

                Jack trató de ocultarlo, pero le dio mucha ternura ese gesto.

                —¿Y qué hace aquí la hija de Claus en los dominios y épocas de Jack-O-Lantern? ¿Qué no sabes quién soy yo? —preguntó un poco hosco y se detuvo

                —¿Usted es el espíritu de octubre? ¡Es el emblema de Halloween!

                —El protector de la víspera de Todos los Santos —corrigió—. Desterrado del cielo, expulsado del averno, el ahuyentador de los malos espíritus. ¿Qué acaso no me tienes miedo? —preguntó y se inclinó sobre la chica.

                Sus ojos brillaron de un color naranja intenso, pero ella solo lo observó admirada.

                —¡Uy! —tembló—. Hasta me dieron escalofríos. ¿Cómo lo hace?

                Jack esperaba que ese gesto la hiciera salir despavorida.

                —No tienes miedo —murmuró—. A ti no te afecta como a los humanos normales o a los monstruos ruines. ¿Quién eres, niña?

                —Vanessa Claus o Vanessa Ixtlilxóchitl, como guste llamarme. No soy una niña. Ya tengo casi quince. De hecho, el siguiente cumpleaños me festejan como quinceañera.

                —Ah, mexicana. Eso explica muchas cosas. Podrías enfrentarte sin problemas al Coco o a algún otro adefesio.

Vanessa ignoró el comentario.

                —Si usted también defiende a los niños, ¿no le gustaría unir fuerzas con nosotros para cuando las cosas se pongan feas?

                Esa pregunta tomó a Jack por sorpresa. Hacía siglos que no se relacionaba formalmente con humanos. En vida nunca tuvo muchos amigos, pero si era por redimir un poco de lo que hizo en vida, lo tomaría.

                —Entonces dile a tu padre o a alguno de sus aliados que me puede llamar cuando lo requieran. No soy malvado, solo que no creo que les guste pasar tiempo con alguien que fue mezquino, ruin e insolente.

                —Fuiste —reafirmó—. ¿Pero lo sigues siendo? —dejó la pregunta en el aire y activó un botón en su comunicador de muñeca—. Debe soltar las cosas, por su propio bien, señor —dijo Vanessa antes de despedirse con una cabezada.

                Jack se quedó ahí pasmado por la lección de vida que le había dejado una pequeña de quince años. Se quedó viendo el cielo nocturno mientras la muchacha desaparecía en un pequeño trineo tirado por un solo reno.



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