Primero
que nada, la carpeta de investigación está casi vacía, la evidencia la
desaparecieron y mis testimonios y de los demás vecinos no se encuentran. Para
acabarla de fregar, mi acceso al sistema policiaco había sido restringido. Algo
olía muy mal aquí. Es decir, a parte del sótano que tuvo cuerpos. No sabía si
podía confiar en alguien del sistema y los detectives privados me aborrecían.
Solo había una persona a la que podía acudir: Mi exesposa.
Tengo
que decir que no la escuchaba tan feliz desde el día que nos divorciamos. Al
menos hubiera guardado las apariencias, pues siempre le hablaba para pedirle
algo.
—Vaya,
pero si es el marido del año. ¿Necesitas dinero otra vez? —fue lo primero que me dijo al
contestar el teléfono.
—No
estoy de humor, necesito que me eches una mano —le repliqué.
—Esa
excusa siempre la usabas años atrás.
—Por
favor, necesito que me asistas con un caso. El sospechoso era mi vecino.
—Voy
para allá —dijo y me colgó.
Ella era la mejor detective privada
de la ciudad, mejor que esos estafadores que hasta grababan reaility shows de
sus casos. No, ella era una profesional. Al menos, para su labor.
Escuché
el timbre de la puerta y le abrí sin pensar. Sabía que era ella.
—Buenas
tardes, Emi, un gusto… —saludé, pero me aventó su gorro a la cara y pasó de
largo.
Se
desplazó hasta el sótano sin que le dijera algo y se puso los guantes. Pasó la
línea policiaca y se puso un cubrebocas mientras sacaba su potente cámara que
usaba para analizar. El lugar tenía aún las marcas de tiza, las notas y demás
utilería propia de una escena del crimen. De las pertenencias, solo había unas
mesas pegadas al fondo con objetos sin importancia, una lavadora, secadora y
varias herramientas que solíamos compartir mi excompañero y yo.
—La
policía ha estado muy floja. Yo creo que quieren cerrar el caso —me dijo Emi
sin voltear a verme—. ¿Cuántas víctimas había? —preguntó mientras se acercaba a
una mesa del fondo.
—Dejó
diez cuerpos, ni me percaté que estuvieran aquí.
—Bueno,
es lo más tieso que ha habido aquí en años —se mofó.
—No
me da gracia, Emi.
—A
mí sí, Fer. Vete acostumbrando. No le caes bien a la policía, a la prensa, a
mis colegas, bueno, ni a tu perro. Y eso que tú lo compraste. Tú decides, estás
en este caso solo con todo en contra o aceptas mi ayuda con todo y mis burlas.
Me
sentía más atrapado que cuando hicimos los acuerdos de divorcio.
—Acepto
tu ayuda —contesté.
Este
iba a ser un caso muy difícil.
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