¡SEXTO CAPÍTULO! Este es el que dicen que es muy violento, pero francamente creo que solo es gráfico. He recibido mucha retroalimentación de...

El Trueno Lejano Capítulo 6

¡SEXTO CAPÍTULO! Este es el que dicen que es muy violento, pero francamente creo que solo es gráfico. He recibido mucha retroalimentación de él y francamente no quiero cambiarlo. Pueden leer el anterior aquí


Al día siguiente estábamos paseando por el Mercado Principal de Tortuga, en Caparazón. Azariel se veía muy animado, como si la conversación del día anterior no hubiese pasado. Había comprado un morral de frutas y después de que yo las limpiara, empezó a degustarlas. Llevaba un atuendo de capitán en colores blanco y café impecable que recién había adquirido. Increíblemente no se había manchado en absoluto. Estaba demasiado ocupado comiendo como para entablar conversación. Yo iba a entrar a una tienda de ropa cuando vi un cartel muy llamativo. Me acerqué, pues vi algo familiar.

Abrí los ojos de golpe y arranqué el anuncio. Era un informe de recompensa con el rostro de Azariel en él. ¡Estaban ofreciendo una corona de plata solo por información de su paradero! Miré más abajo y prometían la cuantiosa cantidad de cinco coronas de oro por capturarlo vivo y llevarlo a Martillo. ¿Por qué había un precio para su captura? Le di la vuelta al cartel para revisar los detalles.

                Fugitivo presuntamente muerto ayuda a escapar a la Bruja Ann, quien estaba a punto de morir en la hoguera. Azariel, el cazarrecompensas ha burlado la tumba. Además, se le atribuyen los siguientes crímenes: el asedio al muelle fortaleza de Martillo, atacar a dos capitanes de dicho embarcadero y robar el navío de exhibición “La Centella Mortal”. Cualquier información, acuda con su Juez Superior. SOLO intente capturarlo si está seguro de ganar. Es sumamente peligroso. La recompensa es solo por atraparlo vivo…”

Le di la vuelta al documento. El cartel no nos mencionaba al resto, pero eso no nos exentaba del peligro. ¿Cuál sería el motivo para solo ofertar por él? ¿Cuántos mercenarios estarían tras nosotros?

                —Ese retrato mío no es muy bueno —comentó sobre mi hombro mientras masticaba otra fruta—. ¿Ofrecen tanto por mí? ¡Vaya! El Gobernante Lois debe estar muy cabreado conmigo. ¿Crees que la podríamos cobrar nosotros mismos? —preguntó quitándome el cartel.

                —¡No es gracioso! —le espeté y le arrebaté el papel—. ¿Sabes cuánta gente podría estar detrás de ti? —inquirí molesta.

Terminó de degustar la fruta y se limpió con un pañuelo. Su calma me fastidiaba.

                —De hecho —dijo después de desperezarse—, hay un sujeto que nos viene siguiendo desde hace un rato —señaló sobre su hombro.

Miré por encima de él y, en efecto, había un tipejo con capucha observándonos. Se ocultó el rostro en cuanto lo descubrí y se perdió entre el gentío.

                —¡Vámonos de aquí! —ordené y lo jalé de su camisa.

Yo llevaba una blusa un poco holgada y una chaqueta corta de hechicera. Mi pantalón y mis botas me permitirían correr en caso de ser necesario. Afortunadamente no me había puesto colores llamativos y tampoco me había colocado el corsé ese día.

Empecé a serpentear entre los puestos del mercado. ¿Llevarían animales de rastreo? Procuré pasar por los estantes y carros de comida para ocultar un poco nuestro olor. Puse mis sentidos en alerta, me concentré y agudicé al máximo mi vista con magia.

Percibí un movimiento por el rabillo del ojo a mi izquierda. Dos sujetos que portaban espadas nos seguían en paralelo, nos miraban de reojo. A nuestra derecha iban tres individuos con capuchas negras, todos llevaban armas debajo de su ropaje.

                —Hay cinco, no, seis sujetos justo a nuestras espaldas —musitó Azariel que ya había dejado de comer—. Creo que hay al menos otra media docena que están brincando por los puestos.

Diecisiete imbéciles venían por él. ¡Qué fastidio! Empecé a escabullirme entre el bullicio. Azariel me soltó la mano y se volteó la chaqueta con habilidad mientras pasamos un corro de personas.

                —Son al menos una treintena de personas —calculó—. Esto va a ser difícil, solo traigo una espada corta. ¿De cuántos te puedes encargar tú? —inquirió en voz baja.

                —Creo que puedo con casi todos —comenté—, pero aquí hay mucha gente. Debemos salir al claro que está al sur. ¡Sígueme! —ordené murmurando.

Un sujeto chocó con mi amigo de frente. Vi como este trató inútilmente de clavarle una aguja envenenada, pero el hábil de Azariel le dio la vuelta a la situación y le enterró su misma arma al atacante.

                —¿No puedes encargarte de ellos aquí? —preguntó nervioso mientras su rival se desplomaba.

                —No —confirmé—. Sería muy peligroso con mis métodos, debemos ir a un lugar solitario —apresuré el paso.

Nuestros perseguidores acortaban distancia, no sabía cómo atacarían. ¿Y si atacaban a gente inocente con tal de capturarlo? No podía arriesgarme a eso tampoco. El corazón me palpitaba con violencia, mi frente se encontraba perlada de sudor. Traté de serenarme, pero la magia se acumulaba en mis manos, quería surgir con la violencia de un torrente, con la crueldad de un río desbordado.

Nos aproximábamos al borde del mercado y también de la ciudad. Solo un poco más, pero parecía que eso no sería suficiente. Tres encapuchados estaban a escasos pasos de nosotros, llegamos hasta dos puestos con enormes hornos. Estos desgraciados se estaban abriendo paso a empujones entre la multitud sin importar quien fuese. Tuve de pronto una idea, volteé hacia mi amigo y a él seguramente se le ocurrió lo mismo, pues asintió levemente y señaló a su derecha.

Me dirigí al comercio de la izquierda, el mercader cocinero se me quedó viendo cuando sujeté la plancha caliente con las manos desnudas. Apenas si sentí el calor.

                —¿Cuánto vale todo su local? —pregunté a la desesperada.

                —¿Qué valor tiene todo su negocio? —escuché a mi amigo hablarle al herrero a mis espaldas.

El tipo vio por encima de mi hombro y parecía que entendió lo que ocurría, intentó balbucear una respuesta, pero le tendí dos báculos de plata. Le brillaron los ojos en cuanto vio las monedas y apartó a los clientes con señas. Las ventajas de tener encanto nato.

                —¡Váyanse! —ordenó—. Es peligroso, por favor retírense.

A mis espaldas se escuchaba un barullo similar. Apenas oí pasos amenazantes a mis espaldas concentré toda la magia en mis brazos y abdomen para estampar la enorme plancha contra mis dos atacantes. El primero soltó un alarido de dolor, pero el segundo alcanzó a esquivar. Giré sobre mi eje para atacarlo como si portara un disco inmenso y dio resultado, al menos dos costillas rotas. Ya teníamos dos atacantes menos.

Observé con asombro que el tercero de los encapuchados yacía en el piso inconsciente, mientras otros dos cazarrecompensas rugían de sufrimiento por los hierros al rojo vivo que Azariel clavaba en sus rodillas.

Se había acabado la sutileza, era hora de huir. Sujeté a Azariel de la mano y salí corriendo a la desesperada fuera del mercado. Salimos a un claro a las afueras de la ciudad con nuestros cazadores a escasa distancia nuestra. Solté a mi amigo cuando sentí un chispazo de magia. Estaba ocurriendo de nuevo.

 

Ann corría como el viento, me costaba mucho seguirla. No estaba en forma, aunque me costaba admitirlo. Escuché el tensar del arco que anunciaba un disparo de flecha. Volteé por un instante para calcular la trayectoria de la saeta, pero una pared de maná detuvo el proyectil. Algo en ella empezó a cambiar, su piel empezó a titilar en color azul. Su andar empezó a flaquear y se sujetaba su pecho como si sintiera dolor. Alcé un poco la vista y dos sujetos nos estaban cerrando el paso. Una hechicera y un guerrero con una pesada armadura.

                —Debimos aniquilarlos en la ciudad —comenté—, con el resguardo de los puestos y los edificios.

                —No —respondió estremeciéndose—. Habría sido catastrófico. No creo que hubiera podido controlar mis poderes, te repito que sería muy peligroso.

La hechicera atacó primero, pero su magia apenas si rozó a Ann. Mi amiga se agachó y se impulsó con maná para dar un rodillazo al rostro de su rival. Yo me adelanté al tajo del guerrero y clavé mi espada en las junturas de su armadura. Dos tajos certeros y un golpe con el pomo de la espada en su casco. Cayó a mitad de un grito que se desvaneció por su inconsciencia.

Mientras hacíamos eso, nuestros perseguidores se cerraron en un corro a nuestro alrededor. Perdimos mucho tiempo a pesar de que solo fue un instante.

Nos juntamos espalda con espalda, ella estaba sudando mucho y empezó a jadear un poco. Uno de nuestros rivales, un tipo alto de piel clara y expresión altanera dio el primer paso.

                —Pensamos que cinco reales era mucha recompensa para cualquiera de nosotros —expresó confiado—, pero repartida entre todos, pues es una cantidad bastante justa por alguien que se supone está muerto. ¿Qué opinan ustedes? —preguntó dirigiéndose al resto de malnacidos—. Después de capturarte —dijo muy confiado—, veremos cuánto nos dan por el gordo y la muchacha que los acompañan.

                —Esto no hubiera pasado si los hubiéramos atacado en el mercado —musité molesto.

                —¿Qué clase de estupideces estás diciendo? —preguntó molesta Ann—. Tu vida no vale más que la de esos inocentes —dicho esto, se desplomó en el piso sujetando su abdomen y respirando por la boca.

El corro de mercenarios avanzó con paso lento hacia nosotros, me puse en guardia y me concentré lo más que pude. ¿Pelearían con nosotros hasta la muerte? ¿Tendría yo algún valor si me llevaban sin vida?

Uno de ellos tomó la iniciativa y escuché los pasos a mi espalda. Con el rabillo del ojo pude apreciar que Ann se levantaba con un impulso y extendió su mano derecha al frente. Una ráfaga de maná salió disparada hacia el pecho del infeliz. El impacto fue tal que le hundió el peto de la armadura y acto seguido salió volando. Una bruja sacó una especie de tótem de piedra y estaba conjurando algo cuando mi amiga se lanzó hacia ella. En un parpadeo estaba agachada frente a su presa. La pobre chica no tuvo tiempo de reaccionar cuando un gancho al mentón cargado de maná la elevó por los aires. Al caer, ya no se levantó.

Todos habíamos caído en el asombro. Ann se había convertido en una tempestad de maná puro. No perdí tiempo y corrí hacia el autoproclamado líder de esos mercenarios. Un tajo en diagonal y mientras retrocedía, lo sujeté del cabello por encima de su frente y lo azoté contra el suelo. Ese fue el único rival del que me encargué.

Ann avanzaba a toda velocidad entre nuestros enemigos acabándolos con un solo golpe o hechizo. Al menos diez rivales habían caído ya por su mano. Unos intentaron huir, pero ella los alcanzó y los asoló con maná. Era una imagen aterradora. Sus ojos empezaron a brillar en azul, estaba completamente fuera de control.

                —¿Qué crees que haces, maldita hechicera de cuarta? —preguntó uno y empezó a cargar maná en sus manos—. ¡No impresionas a nadie! —gritó.

La expresión de mi amiga se tornó en una máscara de ira. En un parpadeo alcanzó al mago y le reventó el hechizo en sus palmas. El alarido de agonía casi me lastima los oídos. El mago se desmayó con unas manos calcinadas y una expresión que denotaba sufrimiento. Más de la mitad de nuestros enemigos habían caído.

Cinco soldados con una simplona armadura de cuero la rodearon con una increíble determinación en sus rostros. Alcancé a distinguir unos chispazos azules que recorrían el cuerpo de mi amiga. Algo malo estaba por ocurrir. El quinteto de idiotas la atacaron al unísono. Un pilar de maná se elevó al cielo cuando ella levantó la mano. Todos fueron derrotados al instante.

Algo en mi interior se empezó a agitar, me sentí incómodo y quería salir huyendo. Era miedo. El temor se acrecentaba en mi alma al ver a mi amiga. No me había mentido cuando me contó que había fulminado a los captores de Noemí.

Dos hechiceros, hombre y mujer, blandieron una varita y unos guanteletes respectivamente. Lo que pensé que iba a ser un duelo más parejo me dejó boquiabierto. Un torrente de maná salió disparado desde la varita contra Ann, pero ella lo contuvo con una mano y lo devolvió con un giro. El pobre recibió el impacto de lleno y lo trató de contener con movimientos de su arma, pero fue en vano. La violencia del flujo de magia lo derribó y lo hizo perder el conocimiento.

                —¿Te encuentras bien? —preguntó su colega hincándose junto a él.

Ann avanzó con determinación hacia la hechicera y esta intentó moldear magia con sus guanteletes. En un parpadeo, mi amiga sujetó las muñecas de su rival y le dio un cabezazo cargado de maná. Una onda azulada se expandió por el lugar levantando polvo. La chica se mantuvo de pie, pero ya no concentró poder. Otro golpe y la derribó dejándola con los ojos en blanco.

Solo quedaban dos tipos con pinta de asesinos. Uno de ellos se hincó y soltó sus armas.

                —¡Por favor, no me mates! —imploró—. Solo pensamos que sería dinero fácil, lo juro —alzó las manos indicando que se rendía.

Su compañero le dio un tajo en su costado y lo derribó de una patada.

                —¡Eres un cobarde, Ian! —escupió al piso—. Yo mismo me encargaré de esta ramera y… —no terminó la frase.

Ahora se encontraba tendido en el suelo porque Ann le dio un codazo de lleno al rostro. Ella se colocó sobre él a horcajadas y empezó a propinarle puñetazos a una velocidad de pesadilla. Ni siquiera pude contarlos. Cuando acabó, tenía los puños rojizos, pero sin sangre. El sujeto que había recibido el tajo de su compañero observó la escena con horror. Ann se desplomó por un costado y el brillo azul que la rodeaba empezó a desparecer. Parecía que todo había acabado.

Me encontraba atónito, no supe en qué momento había envainado mi espada. Me acerqué a ella, estaba temblando, pero no me dejó ayudarla, me recordó mucho a un episodio que tuvimos cuando éramos niños. Me apartó con la mano y se levantó como pudo. Respiró hondo, pero el temblor solo disminuyó. Volteó a ver al único exento de su furia.

                —Corre la voz —ordenó—, diles a todos que cualquiera que venga por Azariel, se las verá conmigo —se señaló el pecho.

El infeliz asintió y salió corriendo despavorido.

No sabía qué decir, tenía un poco de miedo todavía, pero ella me reconfortó un poco con una sonrisa. Observé que tenía unos cortes pequeños en el dorso de la mano y uno pequeño por encima de la ceja izquierda, por lo demás, estaba ilesa.

                —Te dije que podría con casi todos, ¿no? —dijo mientras se sujetaba el abdomen—. ¡Qué bueno que los traje para acá! —expresó aliviada.

                —Nos hubiéramos podido ahorrar todo esto si los hubieras atacado en la ciudad.

Su expresión sonriente cambió de golpe por una máscara de desagrado.

                —¿Qué no viste lo que aconteció? —preguntó casi gritando—. ¿Qué tal si algún inocente como un infante o un anciano era alcanzado por mi magia? ¡Pude haber matado inocentes!

                —¿Qué importaba? Nadie es inocente —declaré—. Mejor ellos que nosotros —dije con fastidio—. No estoy para estar titubeando ni para escatimar esfuerzos.

Se colocó frente a mí y me miró directo a los ojos.

—Los asuntos que tengas que tratar con tu hermano, son asunto tuyo —me picó el pecho con dos dedos—, pero si vas a convertirte en una aberración como él, masacrando inocentes, yo misma detendré tu corazón. Prefiero verte muerto a ver cómo te conviertes en un monstruo —dijo con ojos cristalinos y bajó la mirada.

Me dolió lo que dijo, pero me partió el corazón ver que temblaba controlando los sollozos. Me acerqué a ella.

                —Yo —musité— lo lamento, Ann. No quiero alejarme de quién soy. Perdóname —y la abracé por los hombros mientras ella descargaba sus lágrimas en mi pecho.



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