Saludos, nuevamente les traigo un capítulo de la novela que estoy escribiendo. Espero les guste, pueden leer el anterior aquí . El tonto de ...

El Trueno Lejano Capítulo 5

Saludos, nuevamente les traigo un capítulo de la novela que estoy escribiendo. Espero les guste, pueden leer el anterior aquí.


El tonto de Azariel le había dicho al cliente a qué hora podría pasar a pagarnos la recompensa. Maldito presumido. No había pasado ni una hora de haber lanzado un hechizo bengala cuando vimos a su flota llegar. Diez poderosos navíos de guerra aparecieron en nuestra visión. Les deje un encantamiento rastreador para que pudieran encontrar un anillo que portaba. Todo fue tan rápido.

Nos pasamos el resto de la tarde comprando en el mercado principal de Tortuga. Caída la noche, el presuntuoso de mi amigo nos dijo que nos olvidáramos de quedarnos en el barco. Consiguió que el cliente nos pagara habitaciones en la posada más lujosa de la ciudad. Una habitación para él, una para Najib y otra para mi alumna y para mí. Me metí a la inmensa bañera con mi aprendiz para explicarle algunos encantamientos con el agua, cuando escuché que llamaron a la puerta.

                —Ann, ¿puedo hablar contigo cuando acabes? —preguntó a través de la puerta.

                —Acabándonos de bañar te acompaño —contesté.

                —Allá nos vemos.

Estaba de espaldas a mi alumna explicándole sobre sanación, realizaba un sencillo hechizo de disminución de dolor cuando se volteó me sostuvo la mano.

                —¿Se puede curar el corazón? —preguntó sin más.

                —Las brujas pueden —contesté sonriendo—. Tú podrás —confirmé.

                —Me refiero a un corazón roto —dijo un poco sonrojada—. Ya sabe, cosas del amor.

Tragué saliva, sabía a dónde quería llegar.

                —Las personas con magia lo han intentado curar, pero requiere más de comprensión y empatía que de magia. ¿Quién te rompió el corazón siento tan joven? —me adelanté a un silencio.

                —No soy tan joven —se quejó—, tengo dieciocho años —se sumergió y emergió del agua para limpiarse el rostro—. La ausencia de alguien me lastimó —dijo y salió de la pila para secarse.

Hice lo mismo y me sequé con magia, me vestí con mi ropa de dormir para ir con ella. Se sentó en una suntuosa silla. La alcancé, sequé y cepillé su cabello antes de continuar con mi interrogatorio.

                —¿Quién era? —pregunté sin más.

                —Alguien muy especial —contestó en voz baja—. Cuando entrenaba, era la persona más especial que conocí en mi formación —suspiró.

Ahora las cosas cobraban sentido.

                —¿La amabas? —pregunté sin miramientos.

Se sonrojó al instante y recogió su cabello.

                —Con toda mi alma —contestó—. Ahora que ya no está, no sabía cuánto apreciaba los momentos con ella. Quiero encontrarla —apretó los puños y bajó la mirada.

La rodeé para hincarme frente a ella y abrazarla. La sentí increíblemente diminuta.

                —No te puedo prometer que la encontraremos —susurré—, pero pondré mi alma en su búsqueda cuando esto acabe.

Ella asintió con fuerza mientras sentía sus lágrimas en sus hombros.

 

 

                —¿Así que ya sabías cuánto íbamos a tardar en la misión, presumido? —le pregunté a sus espaldas.

Estaba sentado frente a una chimenea en su lujosa habitación. Viéndolo con esa luz y su ropa holgada de dormir, pude darme cuenta de lo delgaducho que estaba. Sin embargo, eso no le quitaba lo bizarro y lo temerario. Además, parecía que su fuerza o habilidades no habían mermado.

Se dio la vuelta sorprendido y se puso de pie torpemente.

                —No te escuché llegar —habló.

                —Es parte de mi encanto —dije y me senté en la silla que estaba a un costado de él—. Dime, ¿cómo rayos un habilidoso como tú perdió contra una piltrafa como tu hermano? —desembuché.

Suspiró, seguramente venía una gran historia.

                —Me despertaron a medianoche, en medio de un mar picado —comenzó y se frotó las manos, aquellas como de músico que siempre me gustaba ver—. Daigón, precisamente fue quien me arrastró fuera de la cama. No pude reaccionar cuando me golpeó en la cabeza y Porto me amarró de manos y pies. Ninguno de ellos vale medio céntimo —dijo riéndose—, pero lograron someterme. Me arrastraron hasta la cubierta, estaba dispuesto a pedir ayuda cuando vi que todos estaban ahí formando un corro, bueno, casi todos. Me di cuenta de que se estaban amotinando.

Se levantó, rodeó la silla y reclinó sus brazos sobre el respaldo. Algo había en su andar que me decía que ese recuerdo le dolía. Suspiró nuevamente antes de continuar.

                —“¡Fets, ayuda!”, comencé a gritar, pero todos alrededor se empezaron a reír. Mi hermano salió de entre las sombras blandiendo su espada. Me miró primero con desprecio y luego con altivez. Me dijo con repugnancia cargada en su voz: “Hermanito, es hora de tu despedida”. Esa imagen de él me quedará grabada en la memoria para siempre —dijo y se movió a una mesita para servir unas copas.

Después de ofrecerme una volvió a su relato mientras se recargaba por un costado de la chimenea.

                —Me azotaron y me sentaron con brusquedad. Todos los presentes clavaron sus armas al piso y escupieron a un costado. Me estaban exiliando. Uno de ellos, Ganzo, se acercó a darme dos patadas al pecho y se empezó a reír en mi cara. Quise insultarlo, pero puso su sucia pañoleta en mi boca. Cuando empecé a forcejear, me golpeó en la cara repetidas veces hasta que me aturdió. Traté de espabilar, pero sentí que habían puesto algo a mis espaldas. Me di cuenta un instante después de que era Najib, él había perdido el conocimiento. Había sido el único que no se había amotinado. Al menos eso fue lo que pensé en ese momento.

Mi amigo tomó un largo sorbo y jugueteó con la copa.

                —Nos levantaron a empujones y nos condujeron hasta la plancha que ya estaba puesta. “Al fondo del mar, se va el capitán”, empezaron a canturrear. Ya estábamos a media tabla cuando Najib recuperó el conocimiento y mi hermano lo picó con su hoja. Le dio un tajo en el brazo para que se diera la vuelta y me tuvo de frente. Me hinqué por el peso de mi adolorido amigo y mi hermano se postró frente a mí, burlándose con una reverencia.

Quise interrumpir su relato, pues sentía el veneno que se acumulaban en esas palabras. Tragó saliva sonoramente para volver a hablar:

                —“Tú serás el primero de una lista de muertes que me llevarán hasta el asesinato del rey Abraham”, me susurró el maldito y me tiró por la plancha junto a Najib —explicó y se fue a sentar a su silla.

Estaba atónita, el marino más peligroso de todo este mar había sido traicionado por su tripulación. Me puse de pie, pues las dudas no me dejaban estar en paz.

                —¿Cómo es que no te diste cuenta, Azariel? —pregunté alzando la voz, pues ese relato no tenía sentido—. ¿Cómo pasó una conspiración y subsecuente motín en tus narices? —dije controlándome para no gritar.

                —“Subsecuente”, ja —se rio—. Se nota que eres letrada —dijo estirando los brazos—. Mi hermano es muy buen actor supongo —levantó una mano adelantándose a mi regaño y se acomodó en su silla—. Cuando papá se fue, jubilamos a Centella y nos hicimos cargo del Trueno Lejano. Éramos diez hombres y seis mujeres. ¡Qué tiempos! —comentó nostálgico—. Ese navío no fue construido para ser discreto como el de padre. ¡No, señor! Requería de mucha más tripulación y tenía más aditamentos. ¡Qué maravilla de barco! —exclamó emocionado.

                —No has contestado mi pregunta —hablé con impaciencia.

                —No supe en qué momento la tripulación cambió hasta ser completamente fiel a Fets. Papá siempre quiso que él fuera el capitán y se lo concedí. Sin embargo, la tripulación inicial era fiel a mí. Yo era el líder espiritual —dijo señalándose con el dedo— y también me llamaban capitán. Hacíamos misiones todo el tiempo, aceptábamos contratos verdaderamente riesgosos y surcábamos el mar como verdaderos marinos. Mi hermano era increíblemente bueno navegando, pero no dominaba ese barco como yo —dijo con orgullo.

Se desperezó y se volteó en la silla, dejando sus rodillas en el respaldo, ese gesto infantil me trajo recuerdos de cuando éramos niños.

                —Él no sabe hacerlo volar —explicó—.

Casi escupía el sorbo de licor que estaba tomando.

                —¡Espera! —dije limpiándome la barbilla—. ¿Es verdad que esa cosa vuela? —no pude ocultar mi asombro.

Asintió con la cabeza y me dio un puñetazo juguetón en la pierna.

                —Solo conmigo —confirmó—. Ya cierra la boca, Ann, se meten moscas —se burló.

Cerré mi boca abochornada antes de que él siguiera hablando.

                —No era capaz de hacer todo lo que Centella, pero ese era el objetivo. Centella era un barco que podía ser de lo más discreto y sigiloso, pero el Trueno Lejano debía ser impactante, llamativo, aterrador, como el anuncio de una tormenta. Era un relámpago que anunciaba una tempestad de problemas; y eso éramos para nuestros rivales y malhechores.

Se volvió a dar la vuelta y se levantó de la silla para ir hasta su cama y recostarse justo en medio. Lo seguí y me senté por un costado.

—Como te decía. No sé en qué momento cambió todo. No noté cuando jubiló a casi todas las chicas, exceptuando a Dara, ella era parte del navío como yo. Ella estaba presente hasta justo el día del motín. Sé que ella no me traicionaría, pero desconozco su destino —dijo con ojos cristalinos—. Mi padre quería que Fets y yo fuésemos los mejores justicieros de todo el mar; pero mi hermano traicionó su legado —dijo con amargura.

Tomó su almohada y la sujetó sobre su tórax. Me vio con ojos somnolientos antes de seguir hablando.

                —Si no fuese por Najib yo habría muerto con certeza. Jamás podré agradecerle que me haya salvado la vida —se recostó y puso una mano sobre sus párpados.

                —¿Me ayudas? —dijo con voz somnolienta y cerrando los ojos.

Me recliné sobre él y le di unos golpecitos en la frente con dos dedos. Se durmió enseguida. Salí de su habitación, partícipe de su dolor. Ahora entendía la razón de todo.




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