Segundo capítulo de la novela ligera que estoy escribiendo. Pueden leer el primer capítulo aquí . Espero les guste.   Estar de vigía en un d...

El Trueno Lejano. Capítulo 2

Segundo capítulo de la novela ligera que estoy escribiendo. Pueden leer el primer capítulo aquí. Espero les guste.

 

Estar de vigía en un día tan soleado era muy pesado. Sentía mucha flojera el guardia al pie del portón. Caminó un poco por la muralla y se movió hacia una de las bodegas para aprovechar la sombra un momento. Se quitó su estorboso casco y bebió de agua de su ánfora. Dentro vislumbró a dos colegas cuchicheando. Les iba a reclamar, pero no era su trabajo. Eran muy dispares para estar en el mismo rondín. Últimamente desertaban muchos guardias para unirse a la piratería y no podían ponerse exigentes con los nuevos reclutas.

Los dos guardias voltearon a ver al recién llegado y saludaron con una cabezada. Uno era muy bajito y delgaducho. La armadura lo cubría como se supone debería hacerlo, a excepción de un poco de cabello que le sobresalía del casco. Tenía un andar un poco danzarín, seguramente era un niño de mami. El otro era un tipo fornido, lleno de músculos, le sacaba al menos dos cabezas al pequeñín. Su armadura se acoplaba apenas a su corpulencia, parecía como si hubiera tomado la primera que vio.

                —Ustedes son los nuevos, supongo. ¿Ya se acostumbraron al salitre y las aves cagonas? —preguntó tratando de entablar conversación.

El chaparro contestó con una cabezada y el otro con un encogimiento de hombros. No les hizo mucho caso y se fue a sentar un momento. Seguramente su suplencia no tardaría en llegar, de modo que tomó un respiro de sus actividades.

                —El barco que tienen luciendo está bien equipado, ¿verdad? —preguntó el grandulón.

                —¡Uf, es una chulada! —dijo haciendo como que se besaba el pulgar y el índice—. Perteneció a un antiguo mercenario, pero ahora se lo quedó el Gobernante. La verdad es que la historia de su supuesta apuesta no me la creo. Yo pienso que se robó esa nave —dijo con franqueza—. Dicen que nadie puede navegarlo como se debe, por eso no está tan bien vigilado, sería inútil robárselo.

                —Dicen que solo un verdadero marino podría maniobrarlo —concedió el hombretón—. Supongo que ninguno de nosotros podría, ¿no? —preguntó y le dio un ligero codazo a su compañero. Este solo asintió torpemente con su casco—. ¿De verdad no temen que se lo roben? —inquirió inocentemente.

                —Bueno, sí hay guardias alrededor —concedió—, pero bastaría con una ligera distracción para que despejaran el área y…

Lo que iba a decir se vio interrumpido por un estruendo en la muralla sur. El lugar retumbó y casi derriba al guardia que descansaba.

                —¡Guardias armados, vayan al sur! —gritó una voz desde afuera—. ¡Alguien impactó un ariete mágico!

Con ánfora en mano, desenvainó una de sus espadas con soltura y se puso de pie con destreza.

                —¡Rápido, novatos! —urgió—. Tomen sus armas, alguien atacó este muelle, hay que ir a ayudar.

El pequeñín sujetó su espada con torpeza y casi se le cae; pero al momento de incorporarse se le aflojó parte de la armadura, revelando una blusa entallada. Su delgada cintura y contraste con sus caderas se hicieron evidentes. Sus compañeros se le quedaron viendo sin decir palabra por unos instantes.

                —¿Eres una chica? —preguntó sorprendido el guardia aún con cántaro en mano—. ¿Cómo? ¡No se permiten chicas aquí! —alzó la voz.

No pudo alzar su espada cuando una manaza lo estrelló contra la pared. La muchacha se le acercó con cautela.

                —Usted no podrá levantar su espada hoy —musitó la chica acercando una varita de madera—. Me refiero a su arma de metal —dijo sonriente.

Su compañero aflojó la presión y depositó con cuidado al guardia en el piso.

                —Señorita —dijo Najib con cautela—, le dije que se ajustara la armadura.

La chica se encogió de hombros, ajustó su vestimenta y salieron ambos de la bodega.

 

Todo el muelle estaba en movimiento, los arietes mágicos dispersos afuera de las murallas habían sido volteados para apuntar a la edificación. Parecía que alguien los estaba activando desde la colina y ya habían impactado dos.

                —¡Primera fila —gritó uno de los capitanes—, vayan a investigar!

Una cuadrilla de hombres avanzó colina arriba para investigar, cuando un tercer ariete salió disparado.

                —¡Refuerzos! —volvió a vociferar—. ¡Los que no estén en labores de mantenimiento que vengan a ayudar! ¡Quiero rango en lo alto!

Marinos y guaridas corrieron a auxiliar a la entrada principal. Prepararon lanzas para defenderse, pero los arqueros no llegaban. Uno de los arqueros se acercó al capitán para informarle.

                —Señor —dijo casi disculpándose—, estamos montando las cuerdas en los arcos. Todas fueron cortadas, no hay un solo arquero listo ahora.

                —¡¿QUÉ DICES?! —bramó el capitán—. ¡Filipo, estás a cargo! —ordenó y entró a la fortaleza a investigar. Sospechaba que había algún intruso por algún lado.

Por el trayecto no observó nada sospechoso, hasta que vio de reojo a un hombretón entrar a una de las tiendas con suministros. Jamás había visto a ese sujeto.

Apenas entró, reconoció a una persona que examinaba el mapa del muelle. Un hombre que había creído muerto.

                —¡Tú! —gritó—. ¡Malnacido de…! —no terminó de decir su insulto, pues su voz se apagó de golpe.

Una chica menuda salió de las sombras por un costado del capitán, cargaba un frasco con un extraño brebaje. Intentó gritar, pero la voz no acudía a su garganta. Trató de golpear a la muchacha, pero ella se deslizó a un lado y luego fue embestido por el tipo que examinaba el mapa. Lo conocía, sabía de quién se trataba.

                —Espero que no le importe, Capitán —musitó—, pero vengo a recuperar el navío que le robaron a papá.

Desarmó al militar sin esfuerzo y lo golpeó en el rostro. Una patada al estómago que alcanzó a bloquear y se incorporó torpemente.

Se limpió la sangre de la mejilla y se preparó para combatir a puño limpio. Lanzó dos golpes al intruso que este esquivó y luego una patada giratoria que evitó agachándose. Al bajar la pierna recibió una combinación de golpes al tórax que lo dejaron sin aire.

                —Te mereces lo peor, Capitán —murmuró el advenedizo—, pero hoy no cobraré mi venganza contra ti.

Dicho esto, estrelló al militar contra el suelo para hacerle perder el conocimiento.

 

Un marino novato acababa de limpiar el entarimando del muelle donde resguardaban el barco de exposición. El navío en cuestión lo habían dejado atracado porque nadie era capaz de maniobrarlo. Sus suntuosas velas, su carcasa lujosa y el color blanco con remates azules le daban un aspecto imponente al buque. Se limpió el sudor y súbitamente vio a una chica muy bonita correr al lado de un robusto guardia. El sujeto cargaba un mazo muy pesado. Vio que la muchacha arrastraba una especie de raíz por las tablas y estas cambiaban de color. ¿Sería una técnica de barnizado?

Desvió su mirada a algo rojizo en el agua. Parecía una chica pelirroja que se sumergía debajo del barco que nadie podía navegar. Vio a otro hombre encima de este, cerca de donde estaría el timón del barco. ¿Qué estaba pasando?

                —¡Detengan a esos intrusos! —gritó uno de los capitanes con una comitiva detrás.

Sus hombres intentaron correr por el muelle, pero el tipo inmenso golpeó el entarimado y las tablas chirriaron; cuando el capitán y sus refuerzos pisaron la madera se precipitaron al agua. Las cuerdas que sujetaban el barco se soltaron como por arte de magia y este empezó a navegar.

 

                —¿Cómo se supone que se maneja esta cosa? —preguntó Ann, completamente empapada.

                —La manija que giraste debajo del agua sirve para asegurar el barco al lecho marino. Es como un ancla —explicó Azariel—. Y esto —dijo señalando una esfera de color azul de un metal líquido—, es el timón. Metes la mano y le indicas la dirección —explicó haciéndolo.

El barco empezó a moverse. Una serie de ruidos metálicos empezaron a sonar por todo el lugar. Najib subió hasta la cabina de popa, donde estaba su capitán.

                —Aún recuerdo todo sobre esta nave, Capitán —se regocijó.

                —Excelente, Najib —lo felicitó—. Necesito que vayas a la cubierta y prepares el Maremoto. Llévate a Noemí para que se vaya familiarizando.

El par corrió hasta una especie de engrane gigante cerca de la vela central. Le hizo señas a la muchacha para que empezara a girarlo.

                —Creo que preparan una catapulta —señaló Ann tocando el hombro de su amigo.

Azariel ni se inmutó, desvió la mirada a una especie de cañón que estaba detrás de él, en la popa.

                —Apúntales con el Tempestador y dispara dos veces —ordenó—. Una a la catapulta y otra al agua cerca de la orilla. No necesitas magia —aclaró.

El arma en cuestión era un cañón con grabados de olas y viento. La hechicera lo manipuló con facilidad, apuntó y disparó un proyectil invisible. En un instante, la catapulta retrocedió una distancia considerable y se desarmó. El siguiente disparo chocó conta el agua y levantó un chorro altísimo.

Otros navíos empezaron a aproximarse por los costados, estaban preparando sus Magno Escorpiones, unas ballestas gigantes.

                —¿Quieres que les dispare a ellos también? —preguntó Ann decidida.

                —No hace falta —respondió su amigo sonriendo—. ¿Listos? —preguntó a Noemí y Najib.

Ellos asintieron y se prepararon para accionar el arma central. Uno de los barcos estaba prácticamente listo para disparar un proyectil enorme cuando Azariel gritó la orden de accionar el mecanismo. El lecho marino se cimbró y un poderoso oleaje como una onda se precipitó a los barcos. Cuando la marea se calmó un poco, ya no vieron a la Centella Mortal.

 

 

                —Impresionante, Azariel —se asombró Ann mirando al mar por encima de sus cabezas.

                —Este barco es sumergible —explicó—. Tiene todo un arsenal de armas y utensilios. ¿Sabes qué es lo mejor? —preguntó retóricamente—. Esta maravilla solo necesita cuatro personas para operarse.

Noemí subió a la cabina y se reunió con su maestra abrazándola por un costado.

                —No tenemos muchos suministros —anunció mientras se separaba de ella—. Realmente pudimos saquear muy poco. ¿A dónde vamos? —quiso saber.

                —Dicen que a tu hermano lo han visto por Calamar —mencionó Ann—. ¿Vamos para allá? —inquirió.

                —Primero iremos por un contrato naval a Tortuga, porque necesitamos dinero. Después ya veremos —anunció confiado.



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