Este es el primer capítulo de mi obra con el título provisional: El Trueno Lejano. Pueden leer la introducción aquí . Capítulo 1 La brisa...

El Trueno Lejano Capítulo 1

 Este es el primer capítulo de mi obra con el título provisional: El Trueno Lejano. Pueden leer la introducción aquí.

Capítulo 1

La brisa del mar me llegaba al rostro y me hacía sentir vivo. Era un respiro de todos los problemas que había acumulado. Najib, mi fiel amigo, me hacía compañía en la porquería de navío que le robamos a unos piratas. Estábamos en una misión. Debíamos rastrear al Trueno Lejano e ir a cobrar mi venganza, pero antes, tenía que hablar con la persona indicada para tal proeza.

Najib era mi mejor amigo y la única persona que no se amotinó en la rebelión de mi hermano. Su complexión robusta hacía contraste con su rostro siempre afable. Llevaba como de costumbre su cabello atado en una cola de caballo que, haciendo juego con su cabello entrecano y unos lentes sofisticados, parecía todo un caballero.

                —¿Qué piensa, Capitán? —me preguntó con cautela.

Le di un sorbo al remedo de ron que robamos y tiré la botella al piso.

                —El barco que robó Fets no se puede rastrear. El hechizo que tiene cargado evita que podamos seguirle la pista —dije mientras preparaba nuestra llegada al muelle—. Prepárate para abarloar, amigo —dije poniéndole una mano en el hombro—. No te esmeres mucho, porque vamos a abandonar este cochitril apenas lleguemos —ordené.

Me quedé un momento en el muelle para espabilar y estirarme. Empecé a caminar lentamente sin rumbo fijo.

                —Hay una persona que nos puede ayudar con tal consigna —expliqué a mi colega—. Ann Racxo, la mejor hechicera que conozco —dije alzando un dedo—. Ella es perfecta para esta misión.

                —¿Quién? —me preguntó Najib a mis espaldas.

                —Una vieja conocida —comenté—. Era mi mejor amiga hace unos años. Siempre sedienta de aventuras —comenté con nostalgia.

Najib se quedó un momento callado y escuché que detuvo sus pasos.

                —¿Es una chica pelirroja? —preguntó.

                —Así es —confirmé—. Muy atractiva, además.

                —¿Vive en las Islas Tiburón?

                —Correcto. Parece que la conoces —dije por encima del hombro—. Hechicera sin igual. Muy talentosa, pese a su corta edad. Deberíamos ir a buscarla mañana por la mañana, pero lo haremos en un navío decente, no en una porquería como en la que llegamos.

                —Jefe —me dijo nervioso—, yo creo que deberíamos ir por ella hoy.

                —No creo, Najib. Tengo pereza. Ya habrá más tiempo —expresé mientras me estiraba.

                —Para usted —me dijo mientras me tocaba el hombro—, porque a ella la van a ejecutar hoy al mediodía.

                —¿Qué dijiste? —pregunté alarmado.

Najib me señaló un tablero de anuncios. En ella se veía un retrato de mi amiga con el informe de su ejecución en la hoguera.

                —Dice que la van a matar por brujería, señor.

                —¡Eso no tiene ningún sentido! —grité—. Ella es hechicera, no bruja. ¿Y desde cuándo es crimen la brujería en estos rumbos?

Arranqué el cartel y empecé a examinarlo. La ejecución sería en esta misma isla, ordenada por el Gobernante Lois. “Quemada en la hoguera por atentar contra la vida por el uso de brujería”. ¡Qué ridiculez!

                —¡Debemos detener esto! ¡Hay que salvarla! —exclamé decidido—. Conseguiremos armas y nos infiltraremos en la ceremonia.

Bajé la mirada y Najib ya había conseguido dos sables y me tendía uno a mí. No sé cómo lo hacía, pero era muy eficiente. Nos lanzamos al lugar, pues faltaba máximo una hora.

                —Deberíamos conseguir otras armas al llegar, capitán —sugirió mientras corríamos.

 


¡Qué fastidio había sido ser capturada! Y para variar, por un crimen que no cometí. ¿A qué hora iban a acabar su perorata? Me estaba hartando y el Sol me calaba en la piel. Bueno, estaba a punto de ser quemada viva, ¿qué importaba unos rayitos de mediodía? Busqué con la mirada a mi joven aprendiz, pero no la veía por ningún lado. ¿De verdad me habría hecho caso al decirle que huyera? Un carraspeo me sacó de mis pensamientos.

                —Le pregunté —habló condescendiente—, ¿está usted de acuerdo con los cargos que se le imputan? —alzó una ceja el enano juez.

                —Sí, sí. Brujería, no investigan una mierda, morir en la hoguera, soy una criminal, una sarta de sandeces —puse los ojos en blanco—. Tardan demasiado —me quejé.

El tipejo me miró con repugnancia y siguió leyendo. Me estaba aburriendo. El plan era simple: esperar a que encendieran la hoguera y se alzaran las llamas; fingir que gritaba, suplicar por mi vida, avivar yo misma las llamas, hechizo ilusorio para fingir mi muerte, escapar cuando ya no hubiera nadie. Pan comido. Después llevar una vida tranquila con mi “yo” muerta y mi aprendiz. Al menos eso pensé hasta que escuché el alboroto en las gradas.

                —¿Podrían guardar la compostura, por favor? —preguntó el remedo de juez a la audiencia—. Guarden la excitación para cuando esta bruja arda en llamas.

                —Por última vez —quise aclarar—, no soy bruja, soy hechicera. Ustedes solo me están juzgando porque el estúpido de Lois no pudo conseguir favores sexuales de mi parte. Ni siquiera ha publicado la nueva ley en el Palacio Legislador.

                —¡No te atrevas a mancillar el nombre de nuestro querido gobernante! —regañó el enano pedante—. Deberías ser más humilde, pues estás a punto de ser incinerada.

Uno de los guardias cayó inconsciente a sus pies mientras hablaba. Los presentes del ruedo empezaron a alarmarse y hubo algunos gritos mientras se sembraba el caos.

El Plató de Juicios era un antiguo edificio que antes había servido como teatro circular, pero ahora solo se usaba para condenar a los enemigos y opositores del Gobernante. Había cuatro entradas principales señalando cada punto cardinal.

El juez trató de pedir ayuda a la Mesa de Ministros, el tribunal del recinto, pero todos ya estaban noqueados. Intentó llamar a los guardias, pero estos estaban tratando de apagar un fuego que surgió en la entrada sur.

                —¡Huyan! —se escuchaba gritar a una chica entre las gradas—. ¡Fuego! ¡Alguien incendia el lugar!

“¡Vaya, qué buena actriz es esa muchacha!”, pensé mientras intentaba aflojar mis cadenas.

La multitud echaba a correr por el resto de las entradas. Los guardias al pie de la hoguera parecían indecisos en su actuar. Uno de ellos parecía querer correr a ayudar mientras sujetaba la empuñadura de su espada. El otro guardia echó a correr para ayudar a sus colegas, pero un sujeto de cabello largo le cortó el paso. Blandía un sable simple y un cuchillo. Llevaba una camisa blanca holgada y unos pantalones de marinero de color oscuro. Su cabello a los hombros con partido en medio enmarcaba su incauto rostro. Llevaba una barba de unos pocos días y tenía la misma sonrisa confiada de siempre. Era el mismo idiota que había conocido cuando niña. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Si el guardia hubiera tenido oportunidad, no lo sabré nunca, pues el recién llegado lo desarmó con facilidad, lo noqueó con una bofetada y su respectivo revés. ¡Qué estúpidos! ¿Por qué no cargaban cascos?

El guardia indeciso cayó con una embestida por la espalda por parte de un sujeto corpulento. De seguro era su amigo.

                —¿Y ustedes quiénes son? —preguntó furibundo el diminuto juez—. No importa —dijo dibujando una expresión de fastidio—. ¡Guardias, atrápenlos! —ordenó gritando.

Escuché a los guardias precipitarse, pero cuando volteé sobre mi hombro vi como caían uno a uno víctimas de una bomba aturdidora. Los pocos que se levantaron corrieron hacia mis torpes “rescatadores”.

Tres guardias voluminosos se precipitaron hacia el temerario dúo. Uno intentó golpear al fortachón con cola de caballo, pero este lo esquivó y le dio un golpe con la guarda de su espada. Los otros dos se lanzaron contra el otro impertinente. Ya sabía cómo iba a resultar eso. Un tajo vertical que esquivó con facilidad, sujetó la mano del guardia, le dio dos golpes veloces al rostro y lo dejó tendido en el suelo. El otro intentó varios cortes y estocadas, pero eran esquivadas con facilidad. Un embate, desarme y una patada en la parte interna de las piernas. Apenas se dobló, se acercó a rematarlo. Completamente limpio, sin sangre. Es más, estaba segura de que sin cansancio. Se sacudió las manos y se acercó a la hoguera para liberarme.

                —¿Qué rayos te pasa, Azariel? —pregunté furibunda—. ¡Acabas de arruinar mi escape! —me miró confundido y trató de balbucear algo—. Iba a esperar a que todos se fueran para salir de aquí —lo señalé con un dedo—. ¿Por qué te entrometes? —inquirí casi gritando.

                —¿En qué momento te soltaste? —preguntó claramente confundido alzando una ceja.

                —¡Tenía todo controlado! —alcé la voz y los brazos.

Un balbuceo a espaldas de él me detuvo de soltarle improperios.

                —¿Eres Azariel? —se sorprendió el juez—. ¡Imposible, deberías estar muerto! —lo señaló con los ojos desorbitados.

Creo que intentó decir algo, pero cayó de rodillas y luego se le pusieron los ojos en blanco. Una muchacha apareció atrás de él.

                —Tu mente está nublada —susurró—, todo el caos lo provocó un incendio —recitaba mientras hacías círculos con una mano.

Su piel olivácea hacía contraste con sus ojos ambarinos. Vestía una blusa ajustada que remarcaba su delgada figura y sus amplias caderas. Su habilidad con la brujería era peculiar, pues era torpe con los embrujos complicados, pero hábil con cualquier contra embrujo. Bajó de las gradas con gracia y se acercó con cautela a mis “salvadores”.

                —¿Así que tú eres el famoso Azariel? —preguntó dirigiéndose a mi amigo.

                —Un gusto —le tendió una mano.

El otro tipo que no conocía se quedó mirando con extrañeza a mi discípula. Saludó con una cabezada, pero no le despegaba la mirada.

Me solté por completo de mis ataduras y bajé de la estructura. Miré con recelo a Azariel y resoplé con enojo.

                —Quiero aclarar —empezó a decir al a defensiva mientras alzaba las palmas—, que no sabía que tenías un plan de escape. De ser así, me quedaba afuera a esperarte.

                —Tenía que pasar por muerta —musité molesta—. ¡Ahora tengo que pasar por fugitiva! —alcé la voz y los brazos furiosa.

                —Pero Maestra —empezó a decir—, hacer papeleo estando muerta es un fastidio —dijo tratando de calmar la situación.

                —De acuerdo, Noemí —concedí—. Tal vez exageré un poco. ¿Fuiste tú quien provocó el incendio?

                —Solo avivé lo que ellos iniciaron —se encogió de hombros.

El juez se estaba levantando y también uno de los guardias que derribó Azariel. No quería que se levantaran armas nuevamente contra ellos, después de todo, solo seguían órdenes.

                —Chica, ocúltanos, por favor —le pedí a mi aprendiz.

Un embrujo de ocultamiento se levantó alrededor de nosotros.

                —Dime, ¿por qué viniste a salvarme a pesar de que no lo necesitaba? —pregunté llena de curiosidad mientras me sentaba al pie de la hoguera.

                —Necesito que me ayudes a buscar al Trueno Lejano.

                —¿Quieres buscar tu propio barco? —pregunté alzando una ceja.

                —Me lo robaron y quiero matar al culpable —contestó muy seguro.

                —¿Quién es el desdichado? —pregunté con media sonrisa.

                —Mi hermano —respondió secamente—. Voy a recuperar mi barco y matarlo —aseguró.

 

 


Ann se me quedó viendo con una expresión monótona. No podía descifrar qué sentía o pensaba.

Me aclaré de garganta antes de continuar:

                —También quiero evitar que mate al rey Abraham —dije con determinación—. Juro por mi sangre que no lo dejaré salirse con la suya.

Miró al piso y suspiró antes de contestar.

                —De acuerdo, te ayudaré a encontrar a Fets, a que recuperes tu barco y que evites la muerte del rey; pero —recalcó— lo que hagas en cuanto lo encontremos preferiría que lo meditaras mejor.

Su aprendiz se acercó a curarle las heridas causadas por sus ataduras. Cuadró los hombros y me sonrió antes de hablar.

                —¿Cuál es el plan entonces, Capitán?

                —Vamos a recuperar el navío de mi padre, la “Centella Mortal” —dije devolviéndole la sonrisa—. Para nuestra fortuna, está en esta misma isla.

  

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