Este es uno de los cuentos que más me gustó de mi segundo libro navideño (el cual pueden adquirir aquí). Les dejo un fragmento a continuación.
Habían llegado hasta lo que parecía ser un salón de arcadias, pero era el salón de simuladores de trineos. Vanessa puso la mano sobre un dispositivo que formaba pequeños cristales de hielo holográficos, este replicó la huella de Vanessa y la dejó pasar.
Al interior, estaban réplicas de los
trineos, pero solo la parte de los asientos y, enfrente de ellos, había un
cristal que fungía como pantalla. Estaban todos los modelos que usaba santa;
desde los tradicionales tirados por animales, hasta los más modernos que
parecían aeronaves de última generación o naves espaciales.
Mildred había pasado por ese lugar
muchas veces, pero nunca se había subido a alguno. Se paseaba por el lugar un
poco nerviosa.
—Mamá
—llamó Vanessa—, yo te sugiero que inicies con el trineo tirado por caballos,
es uno de los más sencillos. Yo aprendí a manejarlo en solo veinte minutos.
Mildred se detuvo en seco. ¿Qué
acababa de decir su hija?
—Perdón,
Vanessa, creo que no te escuché bien.
—¡Que
yo lo aprendí a manejar en veinte minutos! —dijo ahuecando sus manos para
amplificar su voz y soltaba una risita.
—¿Cuántos
de estos trineos sabes manejar? —preguntó alarmada su madre.
—Todos
—contestó con orgullo—. Incluso el experimental que usa magia y dobla el
espacio. Aún no lo terminan los yetis, pero el prototipo ya sé manejarlo —expresó
como si nada.
Mildred empezó a balbucear, estaba
entre molesta y sorprendida. Habló lo más calmada posible.
—Hija
—habló moderando su lengua—, ¿quién dio permiso de que aprendieras a manejar
tan peligrosos vehículos?
—Papá
lo autorizó —contestó la chica sin darle importancia—, dijo que era importante
que yo conociera de todo un poco de la organización —dijo sonriendo
abiertamente—. Y ahora que lo pienso, hizo lo correcto, te puedo entrenar a ti.
¿Estás lista?
Mildred se le fue bajando el enojo,
su hija tenía razón. Ella era muy paciente y si ya sabía manejar todos los
trineos, lo ideal sería que ella le enseñase.
—Lo
estoy —contestó resuelta.
Habían pasado solo diez minutos y
Mildred ya había chocado el trineo múltiples veces y todas de formas
aparatosas. Vanessa no decía nada.
—¡Vaya
que soy mala para esto! —se quejó—. ¿Cómo se supone que voy a entregar los
regalos?
—¡Excelente, mamá! —la felicitaba Vanessa—. Ya
asimilaste cómo fracasar, ahora aprende de eso. Me voy a sentar junto a ti para
guiarte —decía mientras saltaba al asiento junto a ella.
Vanessa era muy paciente y al poco
tiempo Mildred ya había dominado ese trineo. Incluso le activaron el modo
difícil con tormentas o elementos de las fuerzas aéreas y Mildred maniobraba
como una experta. El hombre lobo soltó un aullido de admiración.
—Ya
lo tengo dominado, ¿no? —preguntó orgullosa.
—Claro
que sí, mamá —contestó su hija—. Ahora vayamos al trineo tirado por perros para
ir subiendo la dificultad.
—¿Ese
es más difícil? —preguntó sorprendida.
—Sí
—respondió—. Pasaremos por cuatro trineos hasta que llegues al tirado por renos
—explicó—, que es uno de los más difíciles.
Pasaron por cuatro trineos,
incluyendo uno tirado por burros, otro por bueyes, uno que parecía un
helicóptero militar y finalmente una esfera de cristal. Todos los había
dominado en poco tiempo gracias a la asesoría experta de su hija. Estaba
bastante confiada y se sentía lista para afrontar el máximo desafío: el trineo
de renos tradicional.
—Antes de continuar —decía Vanessa mientras se
bajaba del último trineo—, tienes que comprender que, a diferencia de los
motorizados, manejar un trineo tirado por algo es manejar algo poderoso con
todo tu ser. Los caballos —continuó—, los perros y otros animales son poder
bajo tus manos. Tienes que ser más enérgica que ellos. Ahora bien, los renos
son nueve. ¿Podrás manejar a nueve poderosas criaturas? —preguntó
retóricamente.
La chica se encaminó hasta el
simulador del trineo tradicional seguida por su mamá y el hombre lobo.
—El
simulador es lo más apegado a la realidad que se puede —explicó—. Sin embargo,
sigue siendo un viaje bastante impredecible. Por más que practiques aquí, no te
garantiza que tendrás éxito en manejarlo en la vida real. De hecho, yo no puedo
con él —admitió—. Es el único trineo que no domino.
—¿Cómo
haces para manejarlos? —preguntó su mamá.
—Como
no alcanzo las correas, los volantes o los timones, uso un control de
videojuegos para simplificar las cosas. Puedo pilotearlos, en teoría, pero solo
con un mando diferente.
Llegaron hasta el simulador del
trineo de renos y Vanessa lo colocó en la máxima dificultad desde el inicio. En
la pantalla se mostraba el hangar de Santa. El trineo ya se veía en posición
para salir. El vehículo era el típico trineo de nieve con dos filas de
asientos, un compartimento trasero y muchos botones y palancas al frente. Cada
uno de ellos con una descripción de lo que hacía. Mildred se sentía abrumada
con tantas cosas y para colmo, los renos estaban muy agitados.
—Contrólalos,
mamá —comentó Vanessa.
Mildred dio la orden para que se
calmaran y estos obedecieron de a poco. Rudolph (o Rodolfo para los compas), se
veía imponente hasta el frente y fue el primero en tranquilizarse.
—Todos
obedecen a Rudolph, mamá —musitó la muchacha—, es el alfa.
Mildred se acomodó en el asiento y
miró a los costados buscando algo.
—¿Dónde
está el cinturón de seguridad? —preguntó confundida.
—¡Ja!
—se rio Vane—. ¡Qué graciosa eres, mamá!
En la pantalla pareció un yeti dando
instrucciones para despegar mientras la puerta del hangar se abría lentamente.
Afuera se veía una tormenta implacable. Mildred tragó saliva claramente
nerviosa. Estaba por dar la orden para salir cuando escuchó un ruido a sus
espaldas.
—¡Esto
va a ser épico! —escuchó la lobezna voz de su colega que se había acomodado en
el asiento trasero.
La Señora Claus levantó una ceja a
modo de pregunta
—Debido a mi condición no se me permite viajar
en el trineo tradicional —explicó el licántropo—, pero quiero experimentar este
viaje una vez en mi vida. Ya sé que es una simulación —se encogió de hombros—,
pero nunca estaré cerca de viajar en este trineo —dijo con emoción en su voz.
Claus regresó su mirada al frente y
su hija le sujetó una mano para reconfortarla. Mildred dio la orden de despegar
y empezó el vuelo en la simulación. Afuera la ventisca era horrenda, no se veía
nada y el trineo se sacudía salvajemente. Mildred estaba temblando presa del
nerviosismo, pero su hija le habló con tranquilidad.
—Debes
calmarte —sugirió—, los renos sienten tu nerviosismo y les impide volar bien.
—Pero
no sé a donde voy —alzó la voz Mildred—, no veo nada.
Su hija señaló una especie de
brújula-giroscopio que apareció al frente y la frotó con cuidado. Esta se
activó al acto y un punto verde brilló apuntando al sur.
—Debes
seguir el punto verde —explicó la pequeña—, debes colocarlo siempre un poco por
debajo de los cero grados y seguirlo. ¡Hay que ir hasta la Antártica chilena y
empezar de ahí! —expresó emocionada.
Observó el diminuto dispositivo y
vio cómo se ajustaba a la forma de manejar de ella. Ahora lo comprendía. Respiró hondo, se serenó
y mandó frenar tirando de las riendas. Tenía la vista alternando entre los
renos y el mecanismo. Volvió a respirar hondo, sujetó las riendas nuevamente
con firmeza y guio el trineo hasta que este dejó de sacudirse.
—¡Lo
tiene, señora! —gritó emocionado Nominador.
Sonrió orgullosa, se acomodó en el
asiento y agitó las riendas para acelerar. A partir de ese momento, el viaje
parecía de lo más sencillo. Unos postes se elevaron alrededor de ellos y
proyectaron una imagen envolvente que simulaba el entorno. El trineo iba
acelerando más y más hasta que el paisaje se desdibujó. Un mapa mágico se
desplegó en el trineo y les mostró en qué punto del continente americano se
encontraban. Volaron a máxima velocidad por todo el territorio, Mildred ya
dominaba el trineo. El entrenamiento en los anteriores había sido bastante
útil.
Se encontraban ya en Argentina
cuando el punto verde empezó a moverse a la derecha, Claus lo siguió hasta que
se desplazaron a Chile. Su instinto le decía que tenía que desacelerar en
cualquier momento. Unos instantes después, el punto verde se colocó justo
debajo y ella frenó por completo; viró el trineo para apuntarlo al norte y
soltó las riendas un momento.
El paisaje era bellísimo, miró
alrededor en la simulación y todo parecía tan real. Se desperezó un momento y
abrazó a su hija con un brazo. El hombre lobo se inclinó sobre el asiento
delantero recargándose sobre sus brazos, también estaba maravillado. Admiraron
los alrededores hasta que Vanessa rompió el silencio.
—Atrás
de nosotros, al sur —empezó a explicar—, está el Cabo Froward, el punto más
austral de la masa continental. Al norte —dijo señalando al frente— se
encuentra nuestra primera parada: Punta Arenas. Hicimos tiempo récord —se
asombró—. Poco menos de una hora.
Mildred se maravilló de lo mucho que
sabía su pequeña.
—No
hay mucho que hacer ahí —se encogió de hombros la niña—. O sea, solo vamos de
entrada por salida.
—¿Casi
no vive gente ahí? —inquirió.
—No.
Es que no hay mucha gente que crea en Santa en ese lugar —explicó—. O sea, que
no te toca. Entre más nos acerquemos al norte, más trabajo tendrás —dijo y se
recargó en su mamá.
Claro, Santa no iba a donde no
creían en él, era una de las reglas que sí se sabía. Mildred volvió a sujetar
las riendas lista para avanzar cuando la pantalla se apagó y los postes
alrededor se apagaron.
—¿Qué
pasó? —preguntó confusa.
—La
simulación ya acabó —explicó Vanessa—. ¡Felicidades, mamá! Ahora ya sabes
manejar el trineo de renos. Lo que sigue es más sencillo —comentó y bajó del
trineo.
Mildred soltó las riendas y fue
ayudada por Nominador a bajar del aparato.
—¡Hija,
espera! —gritó—. ¿A qué velocidad íbamos?
—¡Mejor
que no lo sepas! —gritó mientras salía de la sala—. ¡Sígueme!
Vanessa iba explicando la parte de
los costales y las refacciones. Los costales, aunque eran prácticamente
irrompibles, se reciclaban cada año para no tener contratiempos. Además, contaban
con magia para que cupieran infinidad de cosas, además de otros encantamientos.
Las refacciones, en cambio, a veces no se usaban para nada, pues solo eran para
en caso de que el trineo sufriera algún daño. De hecho, Santa había tenido
récord de tres años seguidos sin incidentes. El año pasado fue un poco
accidentado en la parte final del trayecto y por eso habían ido por refacciones
este año. Si todo salía bien, no las necesitarían. Le tendió unos pergaminos
que tendría que leer después.
Mildred estaba asombrada de lo mucho
que sabía su hija respecto al viaje de Santa. Quería preguntarle sobre el
trayecto y la entrega en sí, cuando un alboroto al frente llamó su atención.
Varios integrantes de la fuerza de
trabajo de Santa estaban conglomerados alrededor de una persona, o eso parecía.
Un gorro de color azul se asomaba entre la multitud.
—¡No
bloqueen el pasillo por favor! —ordenó Vanessa divertida.
La persona rodeada por la multitud
se asomó para ver quién había hablado.
—¡Vaya,
pero si es la pequeña muchacha de los Claus! —se escuchó una voz al frente,
entre la masa de yetis, elfos y duendes—. ¿Cómo estás pequeña? —preguntó
alegre.
La multitud se dispersó dejando a la
vista a un anciano fornido de rostro amable, en traje azul de tela polar y
terciopelo. Este saludó efusivamente al grupo de Vanessa y se hincó para
abrazarla.
—¡Ded
Moroz! —gritó emocionada y corrió a abrazarlo.
El anciano la abrazó efusivamente y
le dio unas palmaditas en la cabeza.
—No
me digas así —pidió amablemente.
—¿Abuelo
Nieves? —preguntó la pequeña aguantando la risa.
—O
Abuelo Escarcha, lo prefiero —aclaró.
—De
acuerdo —concedió—, Abuelito Escarcha.
Mildred saludó con una reverencia y
el hombre lobo imitó el gesto.
—Señor
Escarcha, ¿a qué debemos el honor? —preguntó.
El Abuelo se levantó para saludar
con una reverencia antes de contestar.
—Vine
a ayudarla con el viaje de entrega. No es mi deber, pero me gusta ayudar —explicó—.
Ya hablé con su marido y planeamos la ruta que yo tomaré. Como es su primer
vuelo —dijo mirando significativamente— usted se encargará solo del continente
americano.
Aunque trató de ocultarlo, Mildred
sintió un gran alivio al saber que no tendría que viajar a otro continente. Fue
entonces que recordó que el simulador no la sacó de América. ¿Su hija sabía ya
de esto?
—Tengo
que ir a revisar la troika —se excusó—, esos caballos son unos
escandalosos. Saldré inmediatamente. Nos veremos aquí cuando acabe su viaje —se
despidió.
Dicho esto, un bastón de plata se
materializó en su mano, lo golpeó contra el piso y Ded Moroz se
desvaneció en una pequeña ventisca.
Vanessa se dio media vuelta y miró a
su madre a los ojos.
—Prepárate,
mamá —anunció—. Saldremos en cuatro horas.
Mildred fue hasta la oficina de su
marido y encontró la puerta abierta. Al pasar, vio a este sonriéndole como un
bobo solo de verla.
—Me
dicen que lo hiciste bien en el simulador —dijo muy alegre—. Y también con el
trineo de caballos real.
—Ese
se manejaba solo prácticamente, ellos sabían la ruta —explicó Mildred.
Se sentó frente a él y quería
reprenderlo por la situación con su hija.
—Nuestra
hija sabe todo sobre los trineos —lazó el comentario al aire— y seguramente es
experta en el trayecto también.
—Es
maravillosa, ¿verdad? —preguntó emocionado—. Cuando la llevamos a su otro hogar
y volvió, se sentía exiliada de este lugar. Así que le enseñé todo sobre los
trineos, aprendió tan rápido —dijo con nostalgia en su voz—. Solo le tomó dos
semanas dominarlos. Ha de ser esa facilidad que tiene para jugar videojuegos —musitó—.
Debiste haber visto su rostro cuando me mostró su puntuación perfecta en el
trineo jet —suspiró—. ¡Estaba tan encantada! ¡Se sintió una Claus de nuevo! —exclamó
emocionado—. ¿Y quién iba a pensar que todo eso sería de utilidad ahora? —sonrió
satisfecho—. Cuando la llevé a hacer el viaje conmigo, le mostré su lugar de nacimiento,
su rostro fascinado me derritió el corazón. Le prometí que solo la dejaría
viajar en emergencias después de eso. Y bueno —dijo mirando a su esposa a los
ojos—, esta es una de ellas.
Mildred se quedó callada, lo que iba
a replicar no salió de su boca. Santa tenía razón, enseñarle todo eso fue lo
correcto. Y aunque era riesgoso, había salido avante de peores situaciones,
como cuando derrotó a un elfo maligno dos años atrás.
—Así
es, Santa —concedió—. Esta es una emergencia.
James le tomó las manos a su esposa
antes de hablar.
—Ojalá
no fuese así —dijo con sinceridad—, pero no sabía lo de mi corazón. Lo lamento
tanto, Mildred —dijo apretando un poco la mano—. Solo que recuerda: este año TÚ
—remarcó— eres Santa.
La señora Claus se encaminó al hangar
donde ya estaban todos esperándola. Vanessa ya se había puesto un abrigo y su
gorro de elfina color negro. Se había acomodado su cabello en dos coletas y
estaba de pie junto a Nominador. La señora Claus, en cambio, lucía radiante con
su túnica tradicional verde, con detalles en negro y dorado. Un cinto le
ajustaba su atuendo a la altura de la cintura. Remataba el atuendo con unas
estilizadas botas negras para nieve.
—Ya
estás lista, mamá —comentó alegre.
—No
lo sé, hija —empezó a decir Mildred— yo….
—No
fue pregunta mamá —aclaró—. Yo sé que estás lista.
Los yetis llevaron el trineo hasta
donde se encontraban y después llevaron a los renos en formación con Rudolph al
frente. Estaban dando últimos detalles cuando Soren apareció con un montacargas
llevando tres sacos con decorado navideño, los colocó sobre el trineo con
cuidado y le hizo una seña a Mildred para que se subiera. Vanessa se subió
enseguida y se sentó junto a su madre. Mildred ya reconocía todos los controles
del trineo y se sintió cómoda al hacerlo. Volteó hacia atrás para ver los
costales y estos se veían muy pequeños para el encargo que se supone harían.
Como si Vanessa le adivinara el pensamiento, le pidió que se levantara para
observarlos.
—Cuando
estemos cerca de las casas, solo tienes que acercar tu mano al saco y el regalo
irá a ella. Son inmensamente grandes por dentro —explicó la pequeña—. Te
explicaré más en el camino. ¿Estás lista para despegar? —preguntó con emoción—.
¡Esta es una misión de suma importancia!
—¿Van a salvar la Navidad, pequeña? —preguntó
elocuente el hombre lobo.
—Nop
—contestó Vanessa—. La Navidad no depende de los regalos, eso es de las
películas. Nuestra misión —dijo chocando un puño con su palma—, es promover la
voluntad de San Nicolás, es decir, la caridad. Esa —remarcó—, sí es nuestra
misión.
El hombre lobo se admiró de la
determinación de la chica.
—¡Cierto!
—exclamó la niña— ¡Mamá, practica un poco! Extiende tu brazo al costal para
sacar el regalo de nominador —ordenó.
Mildred metió la mano al costal y en
el acto un envoltorio pequeño apareció en su palma. Se asombró tanto que casi
se le cae. Se lo tendió a Vanessa y ella se lo dio al hombre lobo. Nominador
estiró una garra y empezó a despedazar el envoltorio.
—Señor
—dijo Vanessa muy tarde—, tenía que esperar hasta Navidad.
El hombre lobo miró con extrañeza el
regalo que tenía en su mano. Era una esfera de cristal navideña. Adentro estaba
un hombre revisando unos papeles sobre un hermoso escritorio. Una mujer estaba
a su lado y le llevaba una bandeja con comida. Parecía el interior de un
estudio o algo parecido. Nominador le dio la vuelta al objeto para verle la
base. Movió la boca como si leyera algo en silencio. Sonrió y una lágrima le
recorrió el rostro.
—¡Muchas
gracias! —exclamó mientras se limpiaba el rostro con el dorso de sus garras.
Un yeti señalero interrumpió el
momento, pues ya estaba preparado para dar luz verde al despegue. Soren corrió
rápido hacia un botón gigante de color verde que estaba en una pared y lo
presionó con el puño.
Mildred se preparó, sujetó las
riendas, miró de reojo a su hija y después devolvió su vista al frente. Activó
un botón que decía “camuflaje” y otro que decía “sigilo”. En cuanto el yeti
salió de la pista, agitó de las riendas para salir volando.
Sintió que habían pasado unos pocos
minutos cuando su instinto le dijo que dejara de acelerar. Observó su
brújula-giroscopio y esta ya casi indicaba el punto verde debajo de ellas. Se
detuvo en el poblado que habían visto antes y alzó la vista.
—Vaya,
siento que llegamos muy rápido —comentó preocupada—. ¿Cuánto tiempo nos
hicimos? —inquirió y sacó un reloj de bolsillo—. ¿Solo cuatro minutos? —preguntó
exaltada al ver la hora—. Un momento, ¿se detuvo mi reloj? —se asustó al ver
que las manecillas no se movían.
—¡No,
mamá! —reía Vanessa—. Una vez que despegamos, el tiempo para los ocupantes del
trineo y del taller pasa diferente —explicó—. Ese botón que presionó Soren es
para eso. Además —agregó—, entre más rápido nos movamos, mas lento es el tiempo
para nosotras.
Mildred estaba atónita, llevaba
varios años siendo una Claus y desconocía todo eso. Respiró hondo para
tranquilizarse y le dio la vuelta al trineo para mirar al norte. Veían frente a
ella unas pequeñas luces verdes sobre algunas de las casas. ¿Sería alguna
especie de decoración nueva?
—Eso
que estás viendo ahora te lo permite la vista de Claus —explicaba su hija—. Los
verdes son las casas donde creen en Santa y debemos dejar un regalo. Si te
concentras —expuso mientras entornaba los ojos—, podrás ver que hay algunos en
color amarillo mostaza. Esos son los niños que se portaron mal —añadió—, a esos
se les deja un pedazo de carbón.
Santa se concentró y pudo ver solo
una luz amarillo mostaza.
—¿Tú
también puedes verlos? —preguntó curiosa.
—No
—contestó—, yo no tengo el don, pero papá me lo explicó.
La pequeña se desperezó y se inclinó
sobre el trineo para ver mejor la ciudad. Estaba sonriendo cuando se dirigió a
su mamá.
—¿Lista?
—preguntó—. Vamos a volar sobre las casas y vas metiendo las manos a los
costales indicados cuando pasemos por encima. No te preocupes, sabrás qué
costal es —se apresuró a decir—. Los regalos aparecerán directamente debajo del
árbol, dentro de una bota navideña, o debajo de las camas si te concentras en
que así sea.
Mildred
empezó a volar despacio sobre las casas con la mano en un costal y veía como
las luces se iban apagando ante ella. Los regalos llegaban a su mano y luego
desaparecían. Ladeó la cabeza confundida cuando vio una luz al final que
brillaba más que otra.
—Hija —empezó a decir—, creo que hay una
diferente…
—A
esa casa puedes bajar y entregar el regalo en persona —reveló—. Es opcional, pues
los niños solo te verán por un instante, aunque estén despiertos.
Mildred acercó el trineo a la azotea
de la casa y lo estacionó con pericia. Metió la mano al costal y un solo regalo
acudió a su mano.
—También
puedes cargar el costal —comentó Vanessa que se recargaba sobre el asiento y la
miraba divertida.
Mildred lo dudó e hizo señas de
levantarlo; este voló a su espalda y se sorprendió de lo ligero que era.
Casi se cae por la sorpresa y no por la falta de equilibrio. Se paró sobre la
azotea y no supo por dónde entrar, hasta que Rudolph dio dos coces en la azotea
y la hizo atravesar el techo en forma de cristales de hielo. Se asustó, pero se
recompuso al ver una habitación de una niña fanática de los cómics. Miró el
obsequio que cargaba en su mano y pudo ver a través del empaque: Era Tormenta
de los X-Men. Dejó el regalo a los pies de la cama y se apresuró a
arropar bien a la muchacha cuando está abrió los ojos por un instante. Mildred
dio un paso atrás y se desvaneció en copos de nieve a través de la ventana. El
trineo ya la estaba esperando afuera.
—¡Hija! —murmuró alarmada— ¡Creo que la
muchacha me vio! ¿Qué pensará de Santa?
Vanessa solo se encogió de hombros.
—Pensará
que es una ilusión —habló de lo más calmada—. Y verá lo que quiera ver,
seguramente recordará una de las tantas versiones de papá —se estiró un poco
antes de continuar—: No te debes preocupar por eso, mamá, relájate. Es parte de
la magia —dijo haciendo señas como que lanzaba polvitos mágicos.
Mildred se tranquilizó un momento y
miró su reloj.
—¡Solo
han pasado dos segundos en tiempo humano! —expresó casi gritando.
—¡Sí!
—gritó emocionada su hija—. ¿Lista, Santa Claus? —preguntó expectante—. ¡Es
hora de ir a otras ciudades!
Mildred se apresuró a subirse de
nuevo al trineo, dejó el costal con cuidado en el compartimento trasero y
despegó a toda velocidad.
Hicieron el mismo procedimiento en
varias ciudades. Mildred ya se había acostumbrado a subir y bajar del trineo
para entregar algunos regalos ocasionalmente. Los renos se portaban bien y
Vanessa le asesoraba resolviendo sus dudas. Estaban por llegar a una gran
ciudad cuando un brillo de color verde inusual casi deslumbra a Claus, se tuvo
que cubrir un poco los ojos para que no le lastimara.
—Hija,
¿qué será ese brillo tan potente? —preguntó quejándose y señalando al frente.
Vanessa levantó la vista y buscó en
la dirección en que señalaba su madre. Buscó entre los edificios para tratar de
averiguar de qué lugar se trataba. En cuanto los pudo vislumbrar se dio cuenta
cuál era.
—Es
la clínica —anunció—. Es la única que me suena más. Entreguemos cerca del lugar
para que baje el resplandor —recomendó.
Santa Claus entregó los regalos de
los alrededores y el brillo comenzó a mermar hasta volverse tolerable.
Descendió sobre el techo de la clínica y esta vez su hija bajó con ella tomando
su mano. Se materializaron dentro del edificio con todo y costal. Adentro
estaba completamente silente, salvo por los ruidos de algunos aparatos. Había
una luz al fondo de un largo pasillo y se encaminaron hasta allá. Había una
joven doctora que estaba sentada frente a una computadora con un montón de
papeles regados. Vanessa se coló para verla bien y se dio cuenta que estaba
completamente dormida, solamente se sostenía con su rostro apoyado sobre su
palma.
—Está
buscando un tratamiento para un niño —explicó la niña al ver el monitor—. Está
muy cerca de dar con él, al parecer.
—¿El
regalo es para él? —inquirió Mildred—. ¿En qué habitación será?
—El
regalo es para ella —explicó Vanessa—. No solo a los niños les entrega Santa,
también a las personas más sacrificadas que aún mantienen la creencia en él.
Mildred se quedó atónita, llevó
instintivamente su mano al costal y un paquetito salió de él.
—Creo
que es un cilindro térmico y una bolsa de café. De Veracruz —dijo al examinarlo
bien.
Vanessa asintió satisfecha y
presionó una combinación de teclas para hacer zumbar la computadora en cuanto
ellas salieran de ahí.
La fascinación de Mildred por todo
el trabajo de Santa desbordaba en ella. Nunca se había dado cuenta de todo lo
que conllevaba hacer las entregas. En cuanto pudiera, se aplicaría a conocer
todos los detalles del trabajo de su marido.
Estaban por terminar América del Sur
cuando se dio cuenta que pasaban una aldea sin ninguna luz verde. Se apreciaba
el alumbrado nocturno y una luz mostaza, pero nada más.
—Hija
—llamó Claus—, ¿no vamos a pasar a ese lugar? No veo ninguna luz verde.
Vanessa siguió la mirada de su madre
y reconoció el lugar.
—No
podemos llegar a todas las localidades, pero no debes preocuparte —dijo muy
calmada—, siempre hay humanos que llegan hasta ahí con colectas, donaciones y
otras obras de buena voluntad. La labor de Santa Claus no empieza ni acaba con
nosotros.
Su hija tenía razón, ella misma
había participado en eventos de caridad para llevar juguetes antes de ser una
Claus.
Habían pasado un letrero que
anunciaba su llegada a México. Comenzaron a entregar regalos y era el mismo
procedimiento que ya habían hecho durante el viaje. Mildred descendió en un
pueblo costero y solo vio un brillo intenso en toda la ciudad, justo al lado de
un amarillo. Descendió y entró en la casa para dejar los regalos. Estaba
acomodando los regalos cerca de un zapato que dejó el niño bueno, cuando se
percató que su hermano era el emisor del brillo mostaza. Se acercó a él para
dejar el trozo de carbón, cuando se dio cuenta que el muchacho ya tenía varios
regalos y superaban en número a los que dejó al niño bueno. Estaba confundida,
¿por qué alguien de la lista de los malos tendría tantos regalos? Se quedó un
momento pensativa hasta que una voz en su muñeca la sacó de sus cavilaciones.
—Mamá,
¿todo bien? —era Vanessa a través de un comunicador.
—Sí,
sí —contestó—. Ya salgo —dijo apresurada y salió del edificio.
Mildred se sentó en el trineo y
despegó de forma monótona sin decir palabra.
—Hija
—empezó a decir—, no me vas a creer algo que vi.
—¿Al
niño malo lo premiaron con más regalos que a su hermanito que se portaba bien? —preguntó
retóricamente—. Es normal, mamá —dijo con fastidio—. Los malos papás consienten
así a sus hijos en vez de confrontarlos o guiarlos. Prefieren ahorrarse un
berrinche y regalarle juguetes. Por eso hay tantos rufianes y políticos.
Era verdad lo que decía su hija. Le
dolió un poco ver esas injusticias, pero no podía hacer nada. Siguieron su
curso de manera silenciosa.
El trayecto había sido sin
complicaciones, en un punto en la capital de ese país, Vanessa sugirió que se
detuvieran por un momento. Respiró hondo, dejó que los renos reposaran un poco
y se dirigió a su madre con mirada traviesa.
—Oye,
¿quieres ver algo gracioso mañana? —preguntó su hija divertida.
—¿Qué
tramas? —preguntaba Santa Claus curiosa.
Vanessa desactivaba momentáneamente
el camuflaje del trineo y los renos se miraron entre sí. Voltearon hacia el
trineo y parecían divertirse con esa acción.
—Cada
año —explicaba Vanessa tratando de contener la risa—, papá desactiva el
camuflaje cuando sobrevuela la capital. La primera vez que lo hizo fue por
accidente —trataba de disimular su sonrisa— y un tipo en televisión el hizo un
reportaje. Un tal Jaime —comentaba tratando de recordar— y lo transmitió como
un avistamiento OVNI. A papá le dio mucha risa y desde entonces, cada año,
desactiva el camuflaje del trineo por unos minutos y después acelera para
volver a activarlo. Le da material para su programa —comentó y se soltó a reír.
Los renos estaban la mar de
divertidos y empezaron a volar en círculos o hacer piruetas. Después de unos
minutos, se fueron del lugar y activaron el camuflaje. Mildred trató de
negarlo, pero ella también pensó que era entretenida esa broma.
Estaban aproximándose a territorio
estadounidense y Vanessa le explicaba a Santa que se venía el verdadero
trabajo. Mildred revisó su reloj de bolsillo y marcaba que solo habían tardado
media hora en tiempo normal hasta ese momento. Se ajustó la túnica, cuadró los
hombros y se preparó para la verdadera prueba.
—¡Aquí
hay más creyentes de Santa que en cualquier lugar del mundo! —gritó emocionada—.
¿Estás lista?
Mildred asintió con la cabeza y los
renos aceleraron a velocidad tope. Santa Claus surcaba los cielos como una
centella, ¡no! Aún más rápido. Repartía regalos, bajaba a las casas, comía
algunas galletas o bocadillos que le dejaban los niños y reanudaba el viaje.
Todo esto con una maestría como si llevara años haciéndolo. Llevaban cubierta
la mitad del territorio del país y ni una gota de sudor se asomaba a su
semblante. Vanessa incluso estaba ayudando con algunas labores menores.
Llegando al norte del país, le tomó una foto a su mamá mientras posaba en el
legendario árbol de Navidad de New York y dejaron atónito a un guardia
que vigilaba el lugar. Estaban por terminar, ahora se dirigirían al penúltimo
destino: Canadá.
Sucedió justo en la frontera de
Vermont. Algo golpeó con violencia por debajo del trineo y lo hizo
desestabilizarse; los renos batallaron para enderezar el vuelo y Vanessa se
apresuró a pasarle el costal con refacciones a Santa. Tomó con premura el
saquito y metió la mano para sacar algo de ahí, algo voló a su mano y después
salió despedido a la parte baja del trineo. Veía con horror como uno de los
patines se desprendió y sacudió fuertemente el vehículo. Rápidamente la nueva
refacción se colocó en su lugar sustituyendo la pieza rota y el trineo volvía a
su vuelo normal. Mildred miró a un costado para ver si su hija se encontraba
bien, para su alivio solo se veía un poco agitada. Los renos estaban un poco
cabreados y miraron a todos lados buscando la causa. Todo se encontraba bien.
Su calma duró poco, pues el costal
que aún tenía regalos había desaparecido. Empezó a mirar hacia la penumbra,
pero no lograba vislumbrar nada. Estaba muy oscuro para apreciar algo. Un
fulgor rojizo inundó su visión y pudo ver con claridad donde estaba el costal.
Un brillo dorado indicaba dónde se encontraba.
—Es
parte de tus dones, mamá —comentaba Vanessa—. Deja que Rudolph te ayude.
¿Rudolph? Desvió la vista la frente
del trineo y Rudolph ya estaba iluminando el paisaje con su nariz roja. Supuso
que eso sería muy útil para cuando se perdieran las llaves en el taller. Tomó
las riendas nuevamente y se dispuso a recuperar el costal.
Llegaron muy tarde. Algunos regalos
se habían perdido. Recuperaron el saco, pero algunos de los obsequios habían
salido volando. Era difícil calcular cuántos habían sido en total. Se sintió
fatal y se desplomó junto al costal. La culpa le pesaba demasiado.
—Lo
he arruinado —dijo con pesar—, ahora no podré entregar los regalos correctos a
los niños.
Escuchó pisadas en la nieve y vio
como su hija se sentaba junto a ella.
—La
Navidad no es perfecta, mamá. Es una celebración humana y al ser así, es
imperfecta. No se trata de que se resuelva todo, se trata de brindar esperanza —se
sentó junto a ella—. Se trata de difundir la caridad. Es una celebración de
amor —puntualizó.
Mildred trató de asimilar esas
palabras.
—Tus
dones te ayudarán a encontrar el regalo más adecuado, aunque no sea el ideal —explicó
y le tendió la mano—. Levántate, mamá. Si quieres te espero a que te
tranquilices —ofreció—. Por mí no hay problema, tenemos tiempo de sobra.
Santa Claus se limpió las lágrimas y
se recompuso. Su hija tenía razón, debía seguir con el viaje. Se levantó, subió
el costal, preparó las riendas y se fueron de ahí.
Traer a su hija al viaje había sido lo más acertado. Le había ayudado desde que llegó y ahora la asesoraba y la motivaba a continuar. Mejoraba a cada momento con su guía. El tropiezo con el costal era un pormenor, pues Vanessa le había explicado que por eso colocan regalos de sobra en los costales y, de ser necesario, pedían ayuda para un trineo surtidor...
0 Comments: