Les comparto un fragmento de una Leyenda incluida en mi nuevo libro. Espero les guste.
Mi vida había dado un giro inesperado cuando me desposé con tan gallardo caballero. Se me hizo extraño que un español se fijara en una mestiza como yo. Es decir, sabía que se frecuentaba en algunas partes, pero no en los círculos sociales en los que él se movía. Sin embargo, a Don Julián no parecían importarle esas cosas.
Todo transcurría con normalidad en mi matrimonio, era
muy feliz, pese a que algunos opinaban que yo era muy “inferior” en la pareja.
Hacía oídos sordos a esas declaraciones. La alegría que me inundaba, no se
comparaba con nada.
Mi júbilo se acrecentó cuando supe que esperaba un
bebé. Bueno, dos infantes, según mi madre. Ella decía que mi barriga indicaba
que esperaba unos gemelos.
—Algo me dice que serán niño y niña —decía mi madre.
—¿De verdad puedes saberlo por solo
mirar mi barriga? —preguntaba.
El
nacimiento de mis infantes fue el día más bello de mi existencia. Sí, es
verdad, el parto es doloroso y cansado, pero mis bebés se veían tan lindos que
me hizo valorar todo el sufrimiento.
Los
nombré Antonio e Isabel, mis pequeños amores. Cuando su padre los vio, sonrió
alegre, pero algo en su semblante cambió cuando vio al pequeño Antonio, que
tenía una tez como la de mi madre, por un momento apareció decepción en su
mirada.
Amé más a mis hijos de lo que amé jamás a otra
persona. Casi no me les despegaba por nada, incluso cuando hacía algunos de los
deberes del hogar, los traía conmigo en sus cunas; pero como decía mi madre,
“no faltaba la piedrita en los frijoles”.
Rumores y habladurías me llegaron de mis amistades y
del vulgo. Decían que Don Julián frecuentaba lugares pecaminosos y que de noche
se le veía con algunas mujeres. Me negaba a creer eso. Yo nunca lo noté
distante y jamás noté que saliera después del crepúsculo. Cuando le pregunté a
uno de los siervos, él solo me rehuyó la mirada, diciendo que no sabía de qué
hablaba. De modo que en mi propia casa también se sospechaba.
Un día, ya entrada la noche, me quedé despierta
después de que él se fue a dormir, como el insomnio me atormentaba, fui a la
biblioteca a distraer mi mente. Estaba a la luz de una lámpara cuando escuché unos
siniestros pasos. Me puse inmediatamente en alerta, pero no me moví, cuando
escuché que estaban cerca del umbral de la biblioteca, me hice la dormida. Vi
de reojo como una sombra se movía a mis espaldas y cruzaba el pasillo; cuando
los pasos fueron lo bastante insonoros, me asomé para vislumbrar al responsable
de ese sigilo.
No me lo creí cuando lo vi, era mi marido. Había
cerrado con cautela la puerta e iba con ropaje oscuro. Corrí lo más silenciosa
posible a asomarme por una de las ventanas y advertí que lo esperaba un
carruaje de un solo caballo.
¿O sea que era verdad lo que hablaba la gente? Me
calcé unas botas y salí con un chal oscuro a las frías calles de la ciudad. Lo
seguí a una distancia segura, pues quería ver a dónde se dirigía. El andar lento
del carruaje me permitía toda la discreción que necesitaba. Lo vi llegar hasta
una lujosa casa donde una doméstica lo recibía con una bandeja y una carta
sobre ella. Apenas la leyó, lo condujeron al interior. Esperé a que el carruaje
se retirara y me acerqué al ventanal con suma discreción.
Supongo que no tuve el corazón o el temple para lo que
vi a continuación. Mi marido besaba la mano de una dama con cara de altanera.
Ella se abanicaba pedantemente con un abanico mientras él le sonreía como un
bobo. Me quedé pasmada viendo la escena y por un instante pareció que ella
advirtió de mi presencia. Me oculté rápidamente de su vista. ¿Me habría visto?
No había tiempo de averiguarlo, deshice mi andar tan rápido y silente como
pude. Volteé varias veces atrás, pero no vi que nadie me siguiera. Llegué al
hogar con el corazón en la garganta.
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