Les dejo este fragmento de una leyenda que vendrá en el libro "MÁS LEYENDAS DE PRIMERA MANO". El nombre no me convence, si me pued...

La casa de los perros.

Les dejo este fragmento de una leyenda que vendrá en el libro "MÁS LEYENDAS DE PRIMERA MANO". El nombre no me convence, si me pueden sugerir alguno, se los agradecería mucho. El libro está a nada de salir, pero he tenido problemas para publicarlo. En cuanto esté listo, lo anunciaré al viento.

Dicen que nunca es tarde, que mientras uno viva se pueden hacer muchas cosas. Yo me sentía joven de espíritu y había decidido rehacer mi vida. No tenía nada de malo, ¿o sí? Me había casado con la joven y hermosa Ana González. Ella me cautivó desde que la vi. Todo iba bien, hasta que decidimos hacer este viaje en barco a Europa. Estábamos a punto de naufragar debido a una inclemente tormenta, estaba seguro de que no íbamos a salir de esta aventura. ¿Cómo se me había ocurrido traerla a esta travesía?

                —Querido —me murmuró sujetando mis manos—, quiero decirte que agradezco cada momento a tu lado. No sé si vayamos a salir de esta, pero aprecio todo lo que has hecho por mí —tenía los ojos llorosos.

                —Hay que hacernos una promesa —le dije decidido—. Si uno de nosotros sobrevive, el otro irá a rezarle nueve rosarios a su tumba el día de nuestro aniversario.

Ella se limpió una lágrima antes de contestar.

                —Nueve días, como debe ser —contestó.

Un relámpago deslumbró nuestra visión mientras escuchábamos a la tripulación gritar.

 

Afortunadamente sobrevivimos y estábamos sanos y salvos en nuestra casa en México. Esta residencia era peculiar, pues había sido construida a petición de mi entonces prometida. Me puso como término para desposarla, que le construyese una casa como ninguna en la ciudad. Y así fue, mandé construir una residencia de ensueño solo para ella, o más bien, para nosotros; una vez estuviésemos casados. Era una magnífica construcción: patio interno, caballerizas, cocheras, piscina, salón de baile y otro tanto de múltiples lujos. Sin embargo, la casa no estaba terminada, necesitaba algo que adornara la fachada, algo que rematara en ese bastión que había edificado para ella. Entonces recordé un edificio, si no me equivoco, en Nueva York, que contaba con dos leones al frente… pero los leones no eran de mi agrado, no. Debía ser algo no tan ostentoso y que demostrara poderío. Después de todo, yo, Jesús Flores, podía permitírmelo.

                —Unos perros, mi señor —sugirió Alonso, mi mejor siervo—. Unos perros pointers quedarían bien.

Por supuesto, siempre tenía buen gusto el buen Alonso. Mandé traer dos esculturas de pointers, precisamente de Nueva York, para que adornaran las cornisas y resguardaran el hogar.

Pasaron varios años donde yo viví felizmente, hasta que mi salud empezó a desmejorar.

 

                —El amo Jesús está muy delicado —comenté a la señora Ana—. Los médicos prácticamente lo han desahuciado.

Ella lo miró con tristeza mientras apretaba con fuerza uno de sus pañuelos. Se retiró de la puerta y se encaminó al patio central.

                —Quiero que tú te encargues de todo, Alonso —ordenó—, hay que estar listos para lo que viene.

                —Como usted ordene, señora —dije haciendo una leve reverencia.

El amo Flores falleció a los pocos días de la encomienda de la señora. Se mandó construir un magnífico mausoleo en el panteón Mezquitán, una especie de torre que fuese su última morada. Todos en la casa estaban devastados, la señorita no entabló conversación por varios días.

Doña Ana había quedado viuda a una edad muy temprana, una bella mujer acaudalada que tenía toda una vida por delante. Como suele suceder en estos casos, no tardó en recibir proposiciones nupciales.

Pasado un tiempo, un Señor en toda la extensión de la palabra, Don José, se presentó como el perfecto pretendiente para ella. Había sido el administrador del señor Flores y su mano derecha en los negocios; quien no tardó en mostrar intenciones maritales; ella, por supuesto, dijo que sí.

No es extraño que esto ocurra, sobre todo en casas donde rondan las envidias, las habladurías, las malas intenciones… Como suele suceder con las personas ricas, esto se acrecienta a medida que se les acerca la hora. Me tocó ver una vez que sombras merodeaban cerca de la habitación de Don Jesús, a unas horas de haber fallecido. Algunos de los otros siervos me comentaron que las puertas se les cerraban o que las luces se les apagaban y escuchaban risitas. La vivienda ya no era agradable para nadie.

Solía dar rondines alrededor de la casa por las noches, más que nada para despejar mi mente. Me tocó ver que los animales que trajo el amo Flores, los perros pointers, parecían observar la casa, viéndola con desagrado cuando caía la noche.

El amo José se encargó de construirle otra lujosa casa, justo en la esquina de Colón y Libertad. Después de casarse, se movieron para allá, dejando atrás esta casa del famoso cafetalero de la ciudad.

                —Es doloroso vivir aquí —me dijo el día de su partida la señora— no solo por los sucesos de ultratumba que se manifiestan, también por los recuerdos no gratos —me explicó.




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