Tengo rato que no subía nada, pero ayer me llegó la inspiración mientras veía deportes. Espero les guste.  Siento como el pecho me va a esta...

Completamente adolorido.

Tengo rato que no subía nada, pero ayer me llegó la inspiración mientras veía deportes. Espero les guste. 


Siento como el pecho me va a estallar. A pesar de estar en el hielo, estoy sudando a mares y tengo la mayor parte del cuerpo adolorido. Después de recibir una paliza de siete goles, nos estamos recuperando. Ellos podrán ser los mejores de la liga, pero no han perdido tanto como nosotros, no han sufrido las derrotas que nosotros sí. Levanto la vista al escuchar la sirena del gol, el capitán ha anotado otro tanto. Bien, ahora estamos empatados.

Escucho al coach gritar mi nombre. Hace señas de que me cambie, pero no, empecé este partido y voy a acabarlo, se lo debo al capitán. Sé lo que está pensando: “las costillas aporreadas y el hombro acomodado después de dislocárselo, debe estar molido”. No, señor, todavía tengo fuego en mí. Niego con la cabeza y me preparo para lo que viene.

Vuelve el disco al juego y escucho al capitán gritar la señal. Es hora de la última jugada. Se llevan el disco detrás de la portería y empiezan con “los pases fantasma”. Una finta, dos, una tercera. Caen en nuestra trampa, una estrategia que pensamos desde que supimos que los enfrentaríamos. Ellos tienen todo el ataque, nosotros toda la defensa. “Las defensivas ganan partidos”, suele decir mi padre.

Recibo el disco y me encamino a toda velocidad hacia la portería. Ahora solo debo esperar a que el capi se me adelante y lanzar el pase. Veo de reojo que le hicieron una plancha y que el más grandulón de mis rivales viene hacía mí. “Dispara”, escucho gritar de varias voces. Soy pésimo para disparar, pero la fe es el primer paso, ¿no?

Le pego al disco con toda mi alma mientras el sujeto me embiste con una fuerza descomunal y me estrello contra la pared. Escucho al mismo tiempo como se me disloca el otro hombro y suena la sirena de un gol. Ni siquiera me importa el dolor. Me levanto a festejar con mis compañeros. Aporreados, sudados, extenuados, pero victoriosos.

El coach tenía razón. El dolor ya estaba ahí, solo teníamos que enfrentarlo, hacerlo nuestro y ofrecerlo para la victoria. El talento es natural, pero la habilidad se forja… Y eso aprendimos ese día.




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