Les dejo un fragmento de un cuento navideño muy peculiar que hice y que me gustó mucho. Esta es una historia de Navidad muy peculiar, para ...

Un dúo heroico navideño (Fragmento) —Cuento

 Les dejo un fragmento de un cuento navideño muy peculiar que hice y que me gustó mucho.

Esta es una historia de Navidad muy peculiar, para empezar porque la moraleja va a ser muy forzada, te lo prometo.

Advertido estás, aquí vamos:

Todo comenzó en el Valle del Asombro, el valle mágico más grande del mundo que obviamente está localizado en México. Este valle tenía una peculiaridad: estaba conectado a todos los ecosistemas del mundo. Desde el Bosque Vital en Brasil, hasta el Ártico en el Polo Norte. En este Valle gobernado por el árbol Justino nace nuestro héroe en cuestión y con él, grandes aventuras.

Justino gobernaba el Valle con mano dura, pero justa. Las criaturillas del bosque eran fieros soldados y las plantas eran fieles siervos. Seres mágicos como los yetis y los duendes de Santa también nacían ahí.

Sin embargo, Justino necesitaba a alguien que le echara la mano con asuntos de suma importancia. Y era lógico, pues era un árbol y no se movía. A pesar de que tenía la asistencia de su lugarteniente Albertrón, el hámster brioso, necesitaba de alguien más sutil. Y no es que Albertrón fuese un mal asistente, pero era muy atolondrado para algunos encargos. Había algunas misiones en las que el roedor era, o muy drástico, o muy pequeño para hacerse cargo.

Tenía que tomar a alguna de las criaturas mágicas que ahí existían para que fuese compañero del roedor en cuestión.

            —Nop, pésima idea —replicó Albertrón—. Ninguno de ellos hace buen dúo conmigo. No me aguantan el paso o son inútiles sin remedio.

            —¿Qué sugieres? —inquirió Justino.

            —Necesito que lo crees. No que nazca, no —dijo negando con sus patitas de roedor—, necesito que sea creado. Igual que algunos de tus otros seres mágicos.

            —¿Cómo el Caballero Platino? Ese luce espectacular.

El Caballero Platino era una armadura hecha de Platino, pero chapeado, que la verdad no era muy útil. Lucía muy bien en batallas y para las fotos, pero realmente no aportaba nada.

            —No. Alguien útil, práctico, poderoso —decía Albertrón mientras inflaba el pecho.

El Árbol se puso meditabundo unos momentos.

            —De acuerdo, Betrón —concedió—. Mañana reuniré a algunos de tus hermanos para que me ayuden a decidir. ¿Qué opinas?

            —Mañana al mediodía —aceptó Betrón.

Al día siguiente se reunieron algunas de las criaturas mágicas creadas por Justino. Sí, si te lo estás preguntando, Betrón también era una creación. El cuerpo de un hámster pachoncito con la fiereza de un vikingo. No había resultado tan mal.

Llegaron a la reunión todo tipo de seres mágicos, desde hadas, duendes, elfos, yetis, incluso animales parlantes y otras creaciones demasiado peculiares. Todos estaban ahí para la creación del nuevo ser.

Después de los saludos, Justino fue quien tomó la palabra.

            —Necesito sus recomendaciones —expuso—. ¿Qué sugieren?

            —Que sea un hado alto, bronceado y guapo —sugirió una de las hadas.

            —No, necesitamos otro Yeti, pero con pelaje anti-fuego —sugirió uno de los Yetis que habían tenido que trasquilar debido a un accidente en la cocina.

            —O sea, man, un elfo, “paps”… Todos quieren ser un elfo —decía en tono pedante un elfo larguirucho que estaba presente.

            —Yo sugiero que no sea guapo —dijo de repente Atos, el Caballero Platino ahora sin brazos.

            —Queremos opiniones útiles —replicó Betrón a Atos—. Si vas a empezar con tus sandeces no puedes participar pedazo de…

            —¡A callar! —ordenó Justino—. Quiero que piensen un poco más, por favor.

Repentinamente, un fulgor rojizo se empezó a formar por un costado de la sala. Un remolino de puro poder empezó a centellear y se materializó una persona rolliza con cachetes chapeados que saludó con una cabezada a todos apenas llegó. Traía un esmoquin negro reluciente y una barba perfectamente recortada. Su panza abundante estaba perfectamente cubierta por su atuendo.

            —Ah, veo que llegas, Señor Abundante —señaló Justino—. Me da gusto verte.

            —Sí, sí. Mucho gusto —cortó tajante el recién llegado—. Llevo un rato escuchándolos y solo he oído boberías. A ver —dijo chasqueando los dedos—. ¿Qué hay más ahorita? Nieve y hielo, ¿no es así? Entonces elige: ¿Un tierno, pero sorpresivo muñeco de nieve o un intimidante y gigante monstruo de hielo?

            —¿Podría ser feíto? —sugirió el Caballero Platino.

Abundante chasqueó los dedos y lo desapareció de la reunión.

            —Yo digo que un… —Empezó a decir Justino.

            —¡Muñeco! Exacto —dijo el recién llegado chocando las palmas—. Ahora, necesitamos que tenga características mágicas. Para empezar, que sea perpetuo, que no se derrita la nieve. ¿Qué más? —preguntó para sí mismo.

            —En lo que deciden, voy por bocadillos —se excusó Betrón.

            —Ahora, dale poderes mágicos. No bestiales, obvio —dijo encogiéndose de hombros—. Ponte creativo, algo sencillo pero útil, ¿me entiendes, chavo?

            —¿Chavo? —Justino no sabía si ofenderse o no, después de todo, Abundante era muy poderoso. Él manejaba el azar y el destino solo con sus palabras. Un ser digno de temer—. Sí, te comprendo.

            —Poderes de ventisca —continuó Abundante—, cambio de tamaño, de forma, fuerza sobrehumana, y lo que se le vaya ocurriendo al autor de este cuento para no abusar del Deus ex machina. Lo esencial pues para tener un súper muñeco.

Todos los presentes asintieron y murmuraron aprobando la idea.

            —¡Sí! Que sea un muñeco y que sea carismático —gruñó un lince parlante.

            —Que siempre tenga estilo —sugirió un elfo al fondo.       

            —Sí, sí —atajó Justino—, ahora no me desconcentren —ordenaba—. Necesito acumular la suficiente magia.

Y una ventisca en miniatura se empezó a formar en el centro del salón. Un hombrecito de nieve estaba formándose en esa pequeña tormenta. Justo en ese momento volvía Betrón en un montacargas miniatura sosteniendo una charola llena de tazas humeantes.

            —¿Quién quiere chocolate? —ofreció—. Ya le puse malvaviscos.

En ese momento la ventisca empezó a cambiar de color y la nieve adoptó un apetitoso color café.

            —¡Betrón! —Gritó furibundo Justino—. Te dije que no me desconcentraras.

            —Uy, pues perdón por mi hospitalidad —se quejó el roedor.

La tormenta de nieve explotó y dejó un aire frío por toda la habitación, además de un potente olor a chocolate.

Una figura emergió de entre los restos de la ventisca. Era un muñeco de nieve en toda regla. Tres esferas de nieve, nariz de zanahoria intercambiable por un botón, bufanda, gorro, todo el paquete. Solo había unos detalles: Tenía unos brazos fuertes en lugar de endebles ramitas y claro, estaba completamente hecho de nieve de chocolate.

            —¡Mira lo que me has hecho hacer, conejo maloliente! —se quejó el Árbol.

El muñeco de nieve se miró los brazos y volteó a ver a Justino.

            —¿Tiene algo de malo que sea cafecito?

            —Bueno —empezó a balbucear Justino—. Realmente no, lo que pasa es que…

Antes de que pudiera dar una excusa boba, Albertrón saltó a los brazos del recién creado.

            —¡Hermano! ¡Qué genial! Te ves adorable como yo, bueno… —dijo ladeando la cabeza— no tanto. ¿Puedo lamerte? —dijo al verlo más a detalle.

            —Preferiría que no lo hicieras —dijo el muñeco.

Bajó con cuidado al roedor y lo postró sobre el piso.

            —Hijo mío —habló el Árbol—, te concedo poderes mágicos y mi sabiduría de diez días acumulada, que es bastante, porque leo muchos libros. Empezarás tu entrenamiento junto a Betrón mañana mismo para estar a la altura de mis encomiendas —ordenó—. También tendrás que ir con el Nominador para que te dé un nombre adecuado.

            —¿O sea que acabo de nacer y ya tengo que trabajar? —inquirió el recién creado.

            —Bueno, sí —concedió Justino—. Es la razón de tu existencia, para eso fuiste creado.

            —Alégrate de tener propósito para vivir —exclamó Abundante— y no ser solo una excusa de vida inútil como algunos congresistas.

Abundante se ciñó el cinto, se arregló el traje y empezó a formarse un remolino de poder alrededor de él.

            —Bueno, tengo que irme —anunció—. Hay que doblar turno y no le puedo confiar la chamba a una turba de idiotas que se hacen llamar mis compañeros. Se me cuidan —dijo y desapareció.

            —No entiendo cómo un ser tan poderoso como él tiene un trabajo de “Godínez” —se cuestionó Betrón.

            —Betrón, por favor. ¡No hagas preguntas estúpidas sobre Abundante! —lo regañó el Árbol—. Si Abundante no lo sabe, mucho menos nosotros.

La junta se dispersó y le encomendaron a Betrón mostrarle a su nuevo compañero todo el lugar. También se le ordenó sacar a Atos de la pila de estiércol a la que lo había mandado Abundante, pero este último mandato lo ignoró por completo.

Este fragmento viene en mi libro "Relatos en Prosa para Gente Canosa. Colección de Cuentos Navideños" y que pueden adquirir en este enlace: Amazon.



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