Ahí estaba otra vez, ese maldito perro de ultratumba. Me miraba desde la esquina de mi alcoba. A pesar de mi cama con dosel, podía saber que estaba ahí, que me miraba, que se reía el desgraciado.
Rondaba por mi casa, husmeaba por las alcobas y se detenía en mi cuarto. Eran ya 3 meses, no recuerdo qué clase de acto impuro debí cometer, pero ahí estaba. Mi único refugio era las plegarias y el sueño. Funcionaba, pero él me desconcentraba, ladrando, burlándose.
Tenía una sucia expresión humana burlona, a veces rayaba en la locura, a veces en el desprecio. Y yo lo odiaba. En ocasiones lo odiaba más de lo que le temía. Con un tamaño enorme, unos ojos rojos saltones y una expresión en su horrenda cara que sólo tienen la peor calaña humana.
En una ocasión lo vi en la esquina de mi cama, viéndome fijamente, esperando a que soltara un grito... No le di ese gusto. Me quedé inmóvil hasta que la luz del día penetró por el ventanal y está condenada hueste del averno se largó.
Mi pesadilla acabó con un perro abandonado afuera del atrio de la Iglesia. No tenía alma para dejar al desgraciado ahí. Comía por dos, bebía agua como un caballo, tenía 10 veces mi energía y era miedoso y tembloroso como no se dan una idea. Era obvio que vivía con sus propios traumas.
La primera noche se despertó y gruñó a esa peste del averno en forma de perro. Tenía miedo, igual que yo, pero igual que yo, no flaqueaba. Las noches siguientes mi perro hizo lo mismo, se levantaba y resguardaba mi sueño, me protegía, era mi lanudo guardián. Me encariñe con el infeliz, lo mimaba, y él me quería incondicional a pesar de sus miedos y de sus traumas.
Quería a este otro perro, poco a poco lo veía más feliz. Cada día era menos tembloroso y menos miedoso. Cada noche el perro infernal iba apareciendo menos. En una noche de fe, pedí que yo fuese protegido, y el maldito ojo-rojo ya no volvió. Al final, yo me libré de mis demonios, y mi perro de los suyos.
Khan Medina
0 Comments: