Nuestro pequeño, pero aventurero hombre de nieve de chocolate Yvan se levantaba en un día de julio listo para hacer el aseo de su casa. Aunq...

Otro cuento de Navidad, pero en Julio — Cuentos

Nuestro pequeño, pero aventurero hombre de nieve de chocolate Yvan se levantaba en un día de julio listo para hacer el aseo de su casa. Aunque todos sabemos que lo hacía para ponerse a jugar todo el día como el gamer adicto que era.


—Ah, que bella y soleada mañana de Julio, —decía al momento que se estiraba—. ¿Pero qué carajos? —Maldecía sorprendido—. ¿Por qué #$%&@ está nevando?

—Malditos humanos, arruinan todo con su cambio climático y su contaminación, —decía Albertrón, su amigo hámster, mientras bebía de su diminuta taza de café.

—¿Tú cuánto llevas aquí? —preguntaba exaltado Yvan.

—Llegué anoche. Justo cuando acababas tus partidas del Battlefront, —Decìa mientras daba otro sorbo a su café—. Por cierto, trata de no hacer ruidos cuando veas por…

—No me juzgues, —interrumpió Yvan—. Supongo tenemos que arreglar este desmadre, ¿verdad?

—Me choca que preguntes lo obvio, Yvan, —decía con exagerada calma su amigo.

—Bien, vamos con el Árbol Justino para que nos asigne la misión.

—No hace falta. Ya la mandó por correo, checa tu teléfono, —agregaba Albertrón con una calma desmesurada.

Yvan fue por su teléfono solo para corroborar que, en efecto, el Árbol Justino ya les había mandado la misión:

“Exceso de contaminación. Vayan a parar los festejos patrios. Producen mucha basura. Detengan la planeación y la propaganda. Apenas es julio, ¡no mamen!

P.D. No se lleven a Atos, el Caballero Platino sin brazos, me da asco.”

—Ya veo. —Dijo Yvan—. Con todo lo que ha pasado y este imbécil aun quiere contaminar más con sus fiestas. Vámonos, hámster. Hay que ir a la metrópoli.

—De acuerdo, —decía el hámster mientras traía su helicóptero por control remoto. Que pues, era la única manera de manejarlo, no inventen, ¡Era un hámster! ¿Cómo pretenden que lo maneje? —, Vámonos ya.

—Hoy estás más tranquilo que de costumbre, ¿No?

—Es que andaba retozando en el monte. Estoy relajado.

Yvan solo levantó una ceja y se subió al helicóptero sin hacer preguntas.

Llegaron rápidos como pitido de idiota cuando la luz del semáforo acaba de cambiar a verde. Y en efecto, ya había un montón de monos voladores ensuciando las calles con adornos, propaganda y demás fetiches para el festejo patrio. Una caravana de camionetas iba con bocinas a todo volumen anunciando que habría: una celebración que sería todo un agasajo. (Porque era normal que se hablara como viejitos fuera de moda).

—Vaya, es peor de lo que pensé. El Brujo Malo del Este ya tiene a sus monos armando todo este despapaye… —dijo Yvan al tiempo que Albertrón le daba una cachetada.

—Por favor, tú no hables así.

—Lo siento. —Se disculpaba Yvan.

Esquivaron a todos los monos cilindreros voladores y trataron de entrar al Palacio del Brujo que curiosamente estaba con tecnología de punta costosísima pese a que estaban en “austeridá”.

Yvan silbó.

—Si esto lo invirtieran en otras cosas… —Bueno, hay que ir con el Brujo y tratar de razonar con él.

Albertrón suspiró.

—Yvan, sabes que eso no va a funcionar. Yo me traje mis armas para acomodarle una golpiza. Así entienden los estúpidos y los necios.

—A lo mejor esta ves sí entiende —sugirió Yvan.

Albertrón se carcajeó tan fuerte que llamó la atención de dos perros de guardia carísimos, de raza, con pedigrí, bañados en oro y cubiertos de joyas, pese a que el presupuesto estaba apretado.

—Podrías dejar que te coman un poco y les dé diarrea, —sugirió el hámster—. O sea, son perros…

—Betrón, no somos tan crueles. —Decía al momento que retrocedía—. Vayámonos por donde veníamos.

Y echaron a correr. Los perros iban detrás de ellos cuando una mano flacucha los jaló a un armario de limpieza y les salvó.

Era Doble P, que estaba flaco y depauperado. Parecía más una cuerda con nudo que una persona, pues solo le quedaba parte de su panza y unas ojeras muy marcadas.

—Doble P, ¿qué carajos te pasó? Estás pinche demacrado.

—Es una historia larga…

—Come algo…

Doble P lo abofeteó en el acto.

—No me estés albureando, chamaco chocolatoso. Ahora soy Piltrafo. ¿Qué rayos hacen aquí? —preguntó con apremio.

—Venimos a detener la ola de sandeces que hace este estúpido contra el medio ambiente. —Exclamaba el hámster—. La Tierra está hecha un caos. ¡Tenemos que hacer algo!

—Ah sí, yo había venido a hacer eso, pero no he podido hacer mucho.

—Por tu estado demacrado, supongo.

—No, chistoso. —Replicaba ofendido Piltrafo—. Porque tengo muchos gases y esos perros de veinticuatro kilates huelen mis flatulencias y me persiguen.

—Ahora que lo dices, si lo huele un poquito feo aquí. —Decía Yvan mientras se tapaba la nariz.

Piltrafo ponía los ojos en blanco y les indicaba el plan que tenía en su teléfono.

—En teoría podemos usar los pasillos del personal para acceder a su oficina. Nunca pasa por ahí, porque pues no se mezcla con ellos. Creo que ni los conoce.

Yvan y Albertrón asintieron y siguieron a Piltrafo. Bueno, fueron por delante de él por su exceso de flatulencias.

Entraron por una puerta trasera al despacho del Brujo Malo del Este y este no se percató de la presencia del grupo de héroes, aunque estaban de frente a él y él estaba con la vista hacia ellos. Estaba ahí, postrado, con su piel verdosa de brujo, su cabecita completamente blanca de canas y su mirada de aburrimiento.

Suspiró con asombro al cabo de un minuto.

—¿Quiénes jon ustedes? —dijo con una lentitud exasperante.

—Vaya, este tipo sí que es lento. —Murmuró el hámster.

—Un hurón que habla, —decía el Brujo Malo señalando a Betrón.

—Y estúpido. —Añadió.

—Señor Brujo Malo del Este, venimos a pedirle que por favor detenga todo esto. Es decir, hay mucha gente que se verá afectada por la contaminación. Se supone que debería estar soleado el último día de julio y está nevando.

—Bah, —dijo mientras hacía un gesto desdeñoso con la mano—. Ejas jon habladurías de mij enemigoj, Cobra y los modernoj y todos esos. Estamos requetebién. Vamoh arriba en las encu… que diga, todo está bien. ¡Vamos a festejar porque hay mucho que festejar!...

—Este tipo sí que se droga. Y mucho —volvía a susurrar Betrón.

—Vamos a inaugurar jetenta y cinco refinerías y quemar novejientas hectáreas de bosque para mis proyectos. Ya le pedí pejmiso a la Madre Tierra y dijo que jí. Además… —Se quedó en pausa como un minuto—. ¿Qué dijo tu conejo?

—Guau, lentísimo que es este imbécil. —Dijo piltrafo.

—Ujtedeh son de mis enemigos. ¡Prepárenje para jufrir!

Y acto seguido, (bueno seguido no, porque era lentísimo) bajó su mano a la velocidad de la miel en un iglú para presionar un botón y aparentemente llamar a sus secuaces para que lo auxiliaran.

—Te dije que no se podía hablar con estos imbéciles, Yvan, Hay que llegar directo a los chingadazos, —decía Albertrón al momento que sacaba un bate y lo blandía—. Hay que hacer rollito sus refinerías y metérselas por el cu…

—Lo más importante era intentar negociar, ratón, digo hámster. —Se corrigió Yvan—. Tenemos que actuar rápido, se no está pegando lo estúpido.

Iba a medio camino de presionar el botón cuando Piltrafo se acercó y lo presionó el mismo.

—¡Piltrafo! ¿Qué carajos haces? —gritaba Betrón.

—Perdón, no puedo evitar ayudar. Además, si no hay chingadazos, no se pone emocionante este cuento.

Una horda de monos cilindreros alados, bañados en oro, cubiertos en joyas, con ojos de diamantes y un armamento de lujo entraron por la puerta principal. Al menos treinta elementos de seguridad primate se amontonaban en el umbral. Todos batallaban para usar su armamento pues era importado, carísimo de Paris y con manuales en otro idioma. Y era obvio que estos monos no sabían leer, y menos otro lenguaje.

—Esto va a ser muy fácil, —se jactó Betrón.

—No lo creo, mira a nuestro a compañero. —Yvan señalaba a Piltrafo que estaba tendido en una silla—. Vato, aunque sea chíngate este suero. —Ofrecía Yvan mientras le tendía uno al desnutrido.

Piltrafo lo bebió, se reanimó y se puso macizo como el Capitán América, pero solo duró un momento pues volvió a ser la misma piltrafa que era antes.

Yvan tuvo una idea y sujetó a Piltrafo de los pies. Lo iba a usar como un trapo para golpear a los monos cilindreros voladores.

—Uy, esto se va a poner bueno —decía Betrón con excitación en su voz mientras sacaba más armas.

Y se lanzaron al combate. Yvan zarandeaba a Piltrafo como un vil trapo y los monos iban cayendo uno a uno. Betrón por su parte atacaba a la entrepierna y a los ojos. No para dañar, pues eran diamantes, sino para robarlos.

Después de una encarnizada batalla y al menos veintinueve monos castrados y tuertos, los rivales de nuestros héroes emprendieron la retirada gritando cosas como: “Ardidos, ardidos.” Y “Váyanse del país”.

Dejaron a Piltrafo en una silla, pues, porque era inútil en ese momento y se dirigieron al Brujo Malo.

—Señor, queremos pedirle… —empezó a decir Betrón…

El Malo los señaló a una velocidad normal (que seguramente para los demás sería rápido) y gritó:

—¡Monos, ataquen!

—Este idiota es cada vez más lento —señaló Yvan con fastidio.

Para no perder el tiempo, nuestros héroes arrojaron al Brujo MALO del Este a una capsula criogénica para que se congelara y detuviera sus fechorías. Además, comparado con su velocidad normal, sus admiradores tal vez no notarían la diferencia.

Betrón, que era experto en imitar voces, indicó que el festejo se cancelaría y le ordenó, por medio de un altavoz, a los monos cilindreros del exterior que fuesen limpiando, pues todo se cancelaba. Que mejor iba a tener una fiesta privada con vino extranjero y fritangas cubiertas de oro. Claro que el mensaje tardó quince minutos, pues tenía que imitar la velocidad del mandatario.

Y así nuestros héroes regresaron a sus casas y tuvieron que limpiar la nieve de la entrada. Porque es obvio que el problema no se solucionaría inmediatamente. Acabaron rápido gracias a que Piltrafo les fue de mucha ayuda: Lo utilizaron como pala pues había quedado completamente inútil y tieso por el frío.

Nuestros héroes compartieron una cena y dejaron a Piltrafo jugando en esa consola familiar que solo juegan los rucos algunos raros y que no podemos mencionar porque Nintendo no nos paga.

Y así, nuestro dúo dinámico y el héroe en turno volvieron a salvar la Navidad, o algo así, porque ciertamente estos cuentos no tienen ningún sentido. Que estén bien. Cuídense y tengan esperanza.


Khan Medina

Cuento de navidad


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