Lo tenía frente a mí y no pude matarlo. Por fin había dado con Isaí, quien resultó ser el líder de los “bajo tierra”. Nunca sospeché de él h...

Diario de un caza monstruos — Cuentos

Lo tenía frente a mí y no pude matarlo.

Por fin había dado con Isaí, quien resultó ser el líder de los “bajo tierra”. Nunca sospeché de él hasta que las pistas me guiaron.

—Ella confiaba en ti —le dije cuando me encontré frente a él.

Él solo me miró con sorna. Me miró por encima de su nariz con altanería.

Eso me hizo encender más mi rabia y me lancé hacia él. Intentó sacar un arma, pero fue en vano pues me aproximé con la velocidad de un lince. Su cara burlona cambió por una máscara de asombro cuando vio mi puño aproximarse a su cara.

No pude asestarle un puñetazo, se lo había prometido a ella. Mi puño se transformó y le di una cachetada en su lugar. El infeliz solo se tambaleó y se sujetó el cachete. Me miró confundido. Se incorporó al darse cuenta.

—Ja. Ni siquiera puede herirme a través de tus puños —exclamó—. No es capaz de herirme a pesar de todo. Qué boba.

Eso avivó la tormenta en mi interior, pero no me moví. Me quedé quieto cual estatua y lo miré con desprecio.

—Podías haberla dejado ir —dije con cautela—. Pudiste dejar que fuese feliz en otro lado.

“Que fuese feliz con alguien más”, pensé.

Soltó una sonora carcajada y se dobló sobre sí mismo.

—No me hagas reír —respondió—. Ella se quedó conmigo por estúpida y por creerse poca cosa. Me aproveché de eso como hubiesen hecho otros.

No supe cómo, pero lo siguiente que recuerdo es que mi puño pegó con todas mis fuerzas en su pecho. Adiós a las promesas, tenía la esperanza de detener su corazón con ese impacto, pero para mala suerte del desgraciado no fue así.

Ya no era yo, me había convertido en un depredador. Le dejé caer una lluvia de golpes sobre su pecho y cara que el tipo no podía ni reaccionar ante tal arremetida. Cuando por fin me detuve, lo sujeté pro la camisa y lo acerqué a mi rostro.

—Eres despreciable —musité.

El intentó escupirme, pero simplemente no pudo y saliva con sangre escurrieron de su rostro.

—Tú la amabas —dije apenas en un susurro—. ¿Por qué le hiciste eso? ¿Cómo te atreviste? —pregunté alzando la voz.

Mi amiga había confiado en él a pesar de tantas fallas y él resultó ser una rata en muchos aspectos. El desprecio que sentía por esta inmundicia era indescriptible. Mi mano libre se alzaba apuntando a su cuello lista para asestar un último golpe.

—Deberías matarme —dijo entre dientes—, porque sabes que volveré y me perdonará —una risita hizo temblar su cuerpo—… Y a ti te va a odiar por la madriza que me pusiste.

Tenía razón, debía matarlo. Total, menos escoria en el mundo, mejor.

Una carcajada afloró desde su interior y resonó en el lugar.

—La traicioné tantas veces que me sorprendo a mí mismo —dijo con un hilo de voz—, es decir, a veces solo lo hacía para ver si me perdonaba. Tantas estupideces que hice y tan repetidas veces que no sé cómo llegó siquiera a dirigirme la palabra —agregó negando con la cabeza—. A veces lo hacía solo por curiosidad, por el morbo de saber cuánto podía aguantar una persona… Me ponía creativo, ingenioso, malévolo. Ella fue un gran estudio sobre la bondad y la estupidez humana… —dijo esto mientras me dedicaba una mirada de loco—. Con esta última creí que me iba a mandar al carajo, ¡PERO NO! —dijo casi gritando—. Ella me dijo que creía que podía cambiar. ¡Qué tonta! JA, JA, ¡JA! Aún no me la creo, por menos de la mitad que eso yo hubiese matado a un infeliz así. Ay, no me la creo, en serio que no me la creo. Ya quiero ver su cara de odio cuando le diga lo que me hiciste. ¡Eres un estúpido!

—Quiero que sepas —empecé a decir— que me caías bien, incluso pensé que eras perfecto para ella. Ojalá que en el más allá tengas un castigo mil veces peor que este que sufres en tus últimos momentos.

Ella me iba a odiar, pero al menos ya no sufrirá por este idiota.

Cuando descargué toda mi ira en un puñetazo directo a su cuello una mano me detuvo sujetando mi antebrazo. Yulia… Una vampiresa de los “bajo tierra”, la reconocí apenas volteé hacia ella. Me detuvo en el momento preciso. Su expresión ausente y su venda en los ojos eran tan característicos de estos vampiros y me impedían mirar en su destrozada alma. Cuando intenté zafarme me aventó por los aires y sostuvo a su endeble amo.

—¡Estúpida! —alzó la voz al tiempo que le conectó una cachetada que apenas la perturbó—. ¿Por qué tardaste tanto? La incompetencia que los caracteriza casi me cuesta la vida.

Me iba a lanzar al ataque cuando otros dos de la misma calaña me sujetaron de los brazos.

Eran rígidos como piedras, dos efigies completamente inamovibles. El forcejeo fue inútil. —Llévame, pedazo de basura. ¡Apúrate! —dijo al tiempo que Yulia lo levantaba en brazos—. Cuando lleguemos les espera una reprimenda por su incompetencia, bestias infructuosas.


Antes de ser llevado, me dedicó una sonrisa de maldad y triunfo. Había fracasado rotundamente. Sabía que iba a volver a lastimarla a ella, al menos una última vez. Los dos que me sujetaron se esfumaron sin más, dejándome ahí con la amargura de mi derrota. Me sentí tan inerme, tan desamparado que me derrumbé en ese mismo sitio. Johan Isaí… He conocido abominaciones durante toda mi vida, pero nadie tan ruin como ese monstruo… Y no descansaré hasta que ponga una lápida en su tumba.


Khan Medina

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